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sábado, 11 de febrero de 2017

¿Tiene la Biblia un código secreto?





UNOS dos años después del asesinato del primer ministro israelí Yitzhak Rabin, acaecido en 1995, un periodista llamado Michael Drosnin dijo que, con la ayuda de técnicas informáticas, había descubierto una predicción de dicho magnicidio oculta en el texto hebreo original de la Biblia. Añadió que más de un año antes del asesinato había intentado advertir al primer ministro, pero no sirvió de nada.

Últimamente se han publicado otros libros y artículos que afirman que este código secreto es una prueba irrefutable de que Dios inspiró la Biblia. ¿Existe tal código? ¿Debería fundarse en algo así la creencia en la inspiración divina de la Biblia?

¿Una idea nueva?

La idea de que el texto de la Biblia tiene un código secreto no es nueva. Es un concepto fundamental de la Cábala, término que designa la tradición mística del judaísmo. Según los maestros de la Cábala, el sentido elemental del texto bíblico no corresponde a su verdadero significado. Ellos creen que Dios utilizó las letras del texto hebreo de la Biblia como símbolos que, una vez comprendidos debidamente, revelan una verdad mayor. En su opinión, Dios colocó cada letra hebrea en el lugar que ocupa con un propósito específico.

Jeffrey Satinover, investigador del código bíblico, explica que estos místicos judíos creen que las letras hebreas utilizadas en el libro de Génesis para poner por escrito el relato de la creación poseen un increíble poder místico. En su obra dice: “En resumen, Génesis no es tan solo una descripción, es el instrumento del propio acto de la creación, un plano en la mente de Dios hecho manifiesto de forma física”.

Bachya ben Asher, rabino cabalista del siglo XIII nacido en Zaragoza (España), escribió tocante a cierta información secreta que le fue revelada cuando leyó 1 de cada 42 letras de un pasaje de Génesis. Este método de saltarse letras en una secuencia particular para tratar de descubrir mensajes secretos es la base del concepto moderno del código bíblico.

Las computadoras “revelan” el código

Antes de la era informática, este tipo de examen del texto bíblico tenía sus limitaciones. Pero en agosto de 1994, la revista Statistical Science publicó un artículo en el que Eliyahu Rips, de la Universidad Hebrea de Jerusalén, y sus colaboradores, hicieron algunas afirmaciones sorprendentes. Explicaron que, eliminando todos los espacios entre las letras del texto hebreo de Génesis y utilizando una secuencia de saltos equidistantes entre ellas, habían descubierto los nombres codificados de 34 rabinos famosos y, muy próximos a ellos, otros datos como las fechas de su nacimiento o muerte. Después de repetidas pruebas, los investigadores publicaron la conclusión a la que habían llegado: que, estadísticamente, la información codificada en Génesis no podía ser fruto de la casualidad, lo cual era prueba de que miles de años atrás cierta información inspirada se ocultó deliberadamente de manera cifrada en dicho libro.

Basándose en este método, Drosnin, el periodista mencionado antes, realizó sus propios ensayos en busca de información oculta en los cinco primeros libros de la Biblia hebrea y dijo haber encontrado una por una las letras del nombre de Yitzhak Rabin insertadas en el texto bíblico cada 4.772 letras. Tras ordenar este en renglones de 4.772 letras, vio que el nombre de Rabin (leído verticalmente) se cruzaba con un renglón que decía, según él tradujo, “asesino que asesinará” (Deuteronomio 4:42).

Dado que, en realidad, Deuteronomio 4:42 habla de un homicida que ha matado a alguien sin proponérselo, muchos criticaron los métodos arbitrarios de Drosnin alegando que carecen de rigor científico y podrían utilizarse para encontrar mensajes similares en cualquier texto. Pero Drosnin se mantuvo firme y pronunció este reto: “Cuando mis críticos encuentren un mensaje sobre el asesinato de un primer ministro codificado en [la novela] Moby Dick, los creeré”.

¿Prueba de inspiración?

El profesor Brendan McKay, del Departamento de Informática de la Universidad Nacional Australiana, aceptó el reto de Drosnin e hizo una búsqueda exhaustiva con computadora en el texto inglés de Moby Dick. Él asegura que, utilizando el mismo método descrito por Drosnin, ha encontrado “predicciones” de los asesinatos de Indira Gandhi, Martin Luther King, John F. Kennedy, Abraham Lincoln y otros. McKay dice haber descubierto que Moby Dick también “profetizó” el asesinato de Yitzhak Rabin.

Volviendo al texto hebreo de Génesis, el profesor McKay y sus colaboradores también han cuestionado los resultados experimentales obtenidos por Rips y sus colegas. Su acusación consiste en que los resultados tienen menos que ver con un mensaje codificado inspirado que con los métodos de los investigadores, es decir, la interpretación de datos que se lleva a cabo mayormente a la discreción de quien examina el texto. Este punto sigue siendo objeto de debate entre los eruditos.

Además, cuando se afirma que tales mensajes codificados habían sido ocultados deliberadamente en el texto hebreo “estándar” u “original”, surge otra cuestión. Rips y sus colaboradores dicen que efectuaron sus investigaciones con el “texto estándar de Génesis, el que se acepta generalmente”. Drosnin escribe: “Todas las Biblias en el idioma hebreo original que existen actualmente son iguales letra por letra”. ¿Es eso cierto? Hoy día se utilizan diversas ediciones de la Biblia hebrea basadas en diferentes manuscritos antiguos, no un texto “estándar”. Si bien el mensaje de la Biblia no varía, los manuscritos no son todos idénticos letra por letra.

Muchas traducciones de hoy se basan en el Códice de Leningrado —el manuscrito masorético hebreo completo más antiguo que existe—, copiado alrededor del año 1000 E.C. Pero Rips y Drosnin utilizaron otro texto, el de Koren. Shlomo Sternberg, rabino ortodoxo y matemático de la Universidad de Harvard, explica que entre el Códice de Leningrado y “la edición de Koren que Drosnin utilizó existe una diferencia de 41 letras tan solo en Deuteronomio”. Los Rollos del mar Muerto contienen partes del texto bíblico copiadas hace más de dos mil años. La grafía de las palabras en estos rollos difiere considerablemente de la que se observa en los textos masoréticos posteriores. En algunos rollos se añadieron ciertas letras en numerosos lugares para representar los sonidos de las vocales, pues todavía no se habían inventado los puntos vocálicos. En otros rollos se añadieron menos letras. Si se comparan todos los manuscritos bíblicos existentes, puede comprobarse que el significado del texto bíblico ha seguido intacto. En cambio, tal comparación indica claramente que la grafía de las palabras y el número de letras varía de un texto a otro.

La búsqueda de un supuesto mensaje oculto depende de que el texto no cambie en absoluto. La variación de una sola letra distorsionaría por completo la secuencia y, por tanto, el mensaje, si acaso lo hubiera. Dios ha conservado su mensaje en la Biblia, pero no ha conservado intacta cada letra, como si estuviera obsesionado con cosas tan triviales como las variaciones ortográficas que se han producido con el paso de los siglos. ¿No indica esto que Dios no ha escondido en la Biblia ningún mensaje secreto? (Isaías 40:8; 1 Pedro 1:24, 25.)

¿Necesitamos un código bíblico secreto?

El apóstol Pablo escribió con mucha claridad que “toda Escritura es inspirada de Dios y provechosa para enseñar, para censurar, para rectificar las cosas, para disciplinar en justicia, para que el hombre de Dios sea enteramente competente y esté completamente equipado para toda buena obra” (2 Timoteo 3:16, 17). El mensaje de la Biblia es claro y directo, y no resulta difícil de entender ni de poner en práctica, pero muchas personas optan por desoírlo (Deuteronomio 30:11-14). Las profecías que la Biblia presenta abiertamente constituyen una razón de peso para creer que esta es un libro inspirado. Las predicciones bíblicas no son arbitrarias como los códigos secretos, y no “proviene[n] de interpretación privada alguna” (2 Pedro 1:19-21).

El apóstol Pedro escribió: “No fue siguiendo cuentos falsos artificiosamente tramados como les hicimos conocer el poder y la presencia de nuestro Señor Jesucristo” (2 Pedro 1:16). La idea de un código bíblico proviene del misticismo judío, y utiliza métodos “artificiosamente tramados” que oscurecen y distorsionan el significado puro del texto bíblico inspirado. Las propias Escrituras Hebreas condenaron sin ambages tales métodos místicos (Deuteronomio 13:1-5; 18:9-13).

Qué felices nos sentimos de tener los claros mensajes e instrucciones de la Biblia, que pueden ayudarnos a conocer a Dios. Eso es mucho mejor que tratar de aprender acerca de nuestro Creador buscando mensajes ocultos que son fruto de interpretación privada e imaginación asistida por computadora (Mateo 7:24, 25).

[Notas]

En hebreo, los valores numéricos también pueden representarse con letras, por lo que esas fechas no se dedujeron a partir de números, sino de caracteres alfabéticos del texto hebreo.

El idioma hebreo no tiene letras que representen sonidos vocálicos. El lector los inserta según el contexto. Si este se desconoce, se puede cambiar por completo el significado de una palabra intercalando diferentes sonidos vocálicos. El inglés, en cambio, sí tiene letras fijas que representan vocales, por lo que ese tipo de búsqueda de palabras es mucho más difícil y restrictivo.

El judaísmo... en busca de Dios mediante las Escrituras y la tradición.



MOISÉS, Jesús, Mahler, Marx, Freud y Einstein... ¿qué tuvieron todos estos en común? Todos eran judíos, y, de diferentes maneras, todos han afectado la historia y la cultura de la humanidad. Es muy patente que los judíos han sido notables por miles de años. La Biblia misma da testimonio de eso.
A diferencia de otras religiones y culturas antiguas, el judaísmo tiene sus raíces en la historia, no en la mitología. Con todo, algunos quizás pregunten: Si los judíos son una minoría tan pequeña —unos 18.000.000 en un mundo en que hay más de 5.000 millones de personas—, ¿por qué deberíamos interesarnos en su religión, el judaísmo?
¿Por qué debe interesarnos el judaísmo?
Una razón es que la religión judía tiene raíces de unos 4.000 años de antigüedad, y, a grado mayor o menor, otras religiones importantes tienen una deuda con las Escrituras de esa religión. (Véase la página 220.) El cristianismo, fundado por Jesús (hebreo: Ye•schú•a‛), un judío del primer siglo, tiene sus raíces en las Escrituras Hebreas. Y —como lo muestra cualquier lectura del Corán— el islam o mahometismo también debe mucho a esos escritos (Corán, sura 2:49-57; 32:23, 24). Así pues, cuando examinamos la religión judía también examinamos las raíces de otros centenares de religiones y sectas.
Una segunda razón, e importante, es que en la religión judía hay un eslabón esencial en la búsqueda del Dios verdadero por el hombre. Según las Escrituras Hebreas, Abrán, el antepasado de los judíos, ya adoraba al Dios verdadero casi 4.000 años atrás. Razonable es que preguntemos: ¿Cómo llegaron a existir los judíos y su fe? (Génesis 17:18.)
¿De dónde vinieron los judíos?
En general, el pueblo judío descendió de una rama antigua de la humanidad que hablaba hebreo, de la raza semítica. (Génesis 10:1, 21-32; 1 Crónicas 1:17-28, 34; 2:1, 2.) Hace unos 4.000 años, Abrán, el antepasado de los judíos, emigró desde la bulliciosa metrópolis de Ur de los caldeos, en Sumer, a la tierra de Canaán, de la cual Dios le había declarado: “A tu simiente daré esta tierra”. (Génesis 11:31–12:7.) En Génesis 14:13 se le llama “Avra-m [Abrán], el hebreo”, aunque su nombre fue cambiado después a Abrahán. (Génesis 17:4-6.) Desde él los judíos trazan una genealogía que empieza con su hijo Isaac y su nieto Jacob (cuyo nombre fue cambiado a Israel). (Génesis 32:27-29.) Israel tuvo 12 hijos, que llegaron a ser los fundadores de 12 tribus. Uno de ellos fue Judá, de cuyo nombre se derivó al pasar el tiempo la palabra “judío”. (2 Reyes 16:6, NM.)
Con el tiempo el término “judío” se aplicó a todo israelita, no solo a un descendiente de Judá. (Ester 3:6; 9:20, NM.) Porque los registros genealógicos judíos fueron destruidos en 70 E.C. cuando los romanos destruyeron Jerusalén, hoy día ningún judío puede determinar con exactitud de qué tribu desciende. Sin embargo, a través de los milenios la antigua religión judía ha experimentado desarrollo y ha cambiado. Hoy el judaísmo es la religión de millones de judíos en la República de Israel y en la diáspora (la dispersión por todo el mundo). ¿En qué se funda esa religión?
Moisés, la Ley y una nación
En 1943 a.E.C. Dios escogió a Abrán como siervo especial suyo, y después le hizo un juramento solemne por la fidelidad que desplegó cuando estuvo dispuesto a ofrecer como sacrificio a su hijo Isaac, aunque el sacrificio nunca se consumó. (Génesis 12:1-3; 22:1-14.) En aquel juramento Dios dijo: “Por Mí mismo he jurado, dice el Señor [hebreo: יהוה, YHWH o YHVH], que por cuanto has hecho esto, y no Me has negado a tu hijo único, te colmaré de bendiciones y abundosamente multiplicaré tu simiente como las estrellas del cielo [...] y se bendecirán en tu simiente todas las naciones de la tierra; porque has obedecido a Mi voz”. Dios repitió el juramento tanto al hijo como al nieto de Abrahán, y después lo jurado continuó en vigencia con relación a la tribu de Judá y la línea de David. Este concepto estrictamente monoteísta de un Dios personal que trataba directamente con humanos era singular en aquel mundo antiguo, y constituyó la base de la religión judía. (Génesis 22:15-18; 26:3-5; 28:13-15; Salmo 89:4, 5, 29, 30, 36, 37 [Salmo 89:3, 4, 28, 29, 35, 36, NM].)
Para cumplir Sus promesas a Abrahán, Dios colocó los cimientos para una nación al establecer un pacto especial con los descendientes de Abrahán. El pacto fue instituido mediante Moisés, el gran líder y mediador hebreo entre Dios e Israel. ¿Quién fue Moisés, y por qué es personaje tan importante para los judíos? El relato de Éxodo, en la Biblia, nos dice que Moisés nació en Egipto (1593 a.E.C.) de padres israelitas que se hallaban en cautiverio junto con los demás descendientes de Israel. Moisés fue aquel “a quien conociera el Señor” para sacar a Su pueblo a la libertad en Canaán, la Tierra Prometida. (Deuteronomio 6:23; 34:10.) Desempeñó el papel importante de mediador del pacto de la Ley que Dios dio a Israel, además de ser profeta, juez, caudillo e historiador de ese pueblo. (Éxodo 2:1–3:22.)
La Ley que Israel aceptó consistía en las Diez Palabras (Diez Mandamientos) y más de 600 leyes que equivalían a un amplio catálogo de instrucciones y guía para la conducta diaria. (Véase la página 211.) Se abarcaba lo terrenal y lo sagrado... tanto los requisitos físicos y morales como la adoración de Dios.
Este pacto de la Ley, o constitución religiosa, dio forma y sustancia a la fe de los patriarcas. El resultado de esto fue que los descendientes de Abrahán llegaron a ser una nación dedicada a servir a Dios. Así empezó a adquirir forma definida la religión judía, y los judíos se constituyeron en nación organizada para adorar y servir a su Dios. En Éxodo 19:5, 6 Dios les prometió: “Si escuchareis atentamente Mi voz y guardareis Mi pacto, [...] Me seréis un reino de sacerdotes y una nación santa”. Así, pues, los israelitas llegarían a ser un ‘pueblo escogido’ que Dios utilizaría para sus propósitos. Sin embargo, el que las promesas del pacto se hicieran realidad tenía esta condición: “Si escuchareis atentamente Mi voz”. Aquella nación dedicada estaba ahora bajo la obligación de oír a su Dios. Por eso, en una fecha posterior (el siglo VIII a.E.C.), Dios pudo decir a los judíos: “Vosotros sois Mis testigos, dice el Señor [hebreo: יהוה, YHVH], y Mi Siervo, a quien he escogido”. (Isaías 43:10, 12.)
Una nación con sacerdotes, profetas y reyes
Mientras la nación de Israel todavía estaba en el desierto y en camino a la Tierra Prometida, se estableció un sacerdocio en la línea del hermano de Moisés, Aarón. Una gran tienda portátil, o tabernáculo, llegó a ser el centro de la adoración y los sacrificios de Israel. (Éxodo, capítulos 26-28.) Con el tiempo la nación de Israel llegó a la Tierra Prometida, Canaán, y la conquistó, tal como había mandado Dios. (Josué 1:2-6.) En un tiempo posterior se estableció un reinado terrestre, y en 1077 a.E.C. llegó a ser rey David, de la tribu de Judá. Durante su gobernación, tanto el reinado como el sacerdocio quedaron firmemente establecidos en un nuevo centro nacional, Jerusalén. (1 Samuel 8:7.)
Después de la muerte de David, su hijo Salomón construyó un templo magnífico en Jerusalén, y esta estructura tomó el lugar del tabernáculo. Porque Dios había hecho un pacto con David para que el reinado permaneciera en el linaje de este para siempre, se entendía que algún día vendría del linaje de David un Rey ungido, el Mesías. La profecía indicó que mediante este Rey Mesiánico, la “simiente” mesiánica, Israel y todas las naciones disfrutarían de gobernación perfecta. (Génesis 22:18.) Esta esperanza echó raíces, y la naturaleza mesiánica de la religión judía quedó claramente establecida. (2 Samuel 7:8-16; Salmo 72:1-20; Isaías 11:1-10; Zacarías 9:9, 10.)
Sin embargo, los judíos permitieron que la religión falsa de los cananeos y de otras naciones de alrededor ejerciera influencia en ellos. La consecuencia de esto fue que violaron la relación en que se hallaban con Dios por pacto. Para corregirlos y guiarlos de regreso a él, Jehová envió una serie de profetas que llevaron Sus mensajes a la gente. De este modo la profecía llegó a ser otro rasgo singular de la religión de los judíos y constituye gran parte de las Escrituras Hebreas. De hecho, 18 libros de las Escrituras Hebreas tienen nombres de profetas. (Isaías 1:4-17.)
Entre aquellos profetas sobresalieron Isaías, Jeremías y Ezequiel, quienes advirtieron que Jehová castigaría a la nación por su idolatría. Ese castigo vino en 607 a.E.C., cuando, a causa de la apostasía de Israel, Jehová permitió que Babilonia, la potencia mundial dominante de aquel tiempo, derribara a Jerusalén y su templo y se llevara al cautiverio a la nación. Quedó probado que los profetas habían tenido razón en lo que habían predicho, y el destierro de 70 años de Israel durante la mayor parte del siglo VI a.E.C. quedó registrado en la historia. (2 Crónicas 36:20, 21; Jeremías 25:11, 12; Daniel 9:2.)
En 539 a.E.C. Ciro el persa derrotó a Babilonia y permitió que los judíos volvieran a establecerse en su tierra y reedificaran el templo de Jerusalén. Aunque un resto respondió, la mayoría de los judíos permanecieron bajo la influencia de la sociedad babilónica. Después los judíos fueron afectados por la cultura persa. Por consiguiente, florecieron poblaciones judías en el Oriente Medio y alrededor del Mediterráneo. En cada comunidad brotó una nueva forma de adoración en torno a la sinagoga, centro en que se congregaban los judíos en cada pueblo. Naturalmente, esta situación restaba importancia al templo reconstruido en Jerusalén. Ciertamente los judíos, dispersos en países lejanos, eran ahora una diáspora. (Esdras 2:64, 65.)
El judaísmo con prenda helénica
Para el siglo IV a.E.C. había inestabilidad en la comunidad judía, y eso la hizo presa del oleaje de una cultura no judía que inundaba al mundo mediterráneo y se extendía aun más allá. Las aguas emanaban de Grecia, y el judaísmo emergió de ellas con prenda de vestir helénica.
En 332 a.E.C. el general griego Alejandro Magno se apoderó del Oriente Medio en una conquista relámpago, y fue bien recibido por los judíos cuando llegó a Jerusalén. Los sucesores de Alejandro continuaron su plan de helenización, y todo el imperio se saturó del idioma, la cultura y la filosofía de Grecia. El resultado de esto fue que las culturas griega y judía se mezclaron, lo que tendría sorprendentes resultados.
Los judíos de la diáspora empezaron a hablar griego en vez de hebreo. Por eso, a principios del siglo III a.E.C. se empezó la primera traducción al griego de las Escrituras Hebreas a la que se llamó la Septuaginta, y esta llevó a muchos gentiles a respetar la religión de los judíos y a familiarizarse con ella, de modo que algunos hasta se convirtieron. Por otra parte, los judíos se iban familiarizando con el pensamiento griego, y algunos hasta se hicieron filósofos, algo enteramente nuevo para los judíos. Un ejemplo de esto fue Filón de Alejandría, del siglo I E.C., quien procuró explicar el judaísmo en términos de la filosofía griega, como si los dos sistemas expresaran las mismas verdades últimas.
El autor judío Max Dimont resume así ese período de interacción de las culturas griega y judía: “Enriquecidos con el pensamiento platónico, la lógica aristotélica y la ciencia euclidiana, los eruditos judíos consideraron la Torá con nuevos instrumentos para ello. [...] Procedieron a añadir la razón griega a la revelación judía”. Lo que sucedería durante la gobernación romana, que absorbió al Imperio Griego y luego a Jerusalén en el año 63 a.E.C., prepararía el camino para cambios más significativos aún.
El judaísmo bajo la gobernación romana
El judaísmo del primer siglo de la era común pasaba por una etapa singular. Max Dimont dice que se hallaba entre “la mente de Grecia y la espada de Roma”. Debido a la opresión política y a las interpretaciones de profecías mesiánicas, especialmente las de Daniel, los judíos estaban a la espera de acontecimientos importantes. Estaban divididos en partidos en contienda. Los fariseos recalcaban una ley oral (véase la página 221) más bien que los sacrificios del templo. Los saduceos hacían hincapié en la importancia del templo y el sacerdocio. Había también esenios, celotas y herodianos. Todos estaban en oposición unos a otros en sentido religioso y filosófico. Se llamó rabinos (maestros) a los líderes judíos que, por su conocimiento de la Ley, adquirieron prestigio y llegaron a ser un nuevo tipo de líder espiritual.
Sin embargo, siguió habiendo divisiones internas y externas en el judaísmo, especialmente en la tierra de Israel. Al fin estalló una franca rebelión contra Roma, y en 70 E.C. las tropas romanas sitiaron Jerusalén, devastaron la ciudad, quemaron por completo su templo y dispersaron a los habitantes. Con el tiempo se decretó a Jerusalén ciudad totalmente prohibida a los judíos. Ahora el judaísmo, sin templo, sin país, con su gente dispersada por todo el Imperio Romano, necesitaba una nueva expresión religiosa para sobrevivir.
La destrucción del templo significó la desaparición de los saduceos, y la ley oral que habían apoyado los fariseos se convirtió en el centro de un nuevo judaísmo, un judaísmo rabínico. Los sacrificios y las peregrinaciones relacionados con el templo fueron sustituidos por un estudio más intenso, oración y obras de piedad. Así, el judaísmo se podía practicar por todas partes, en todo tiempo, en cualquier entorno cultural. Los rabinos pusieron por escrito esta ley oral, y escribieron comentarios sobre ella, y luego comentarios sobre los comentarios, todo lo cual, en conjunto, llegó a ser conocido como el Talmud. (Véanse las páginas 220, 221.)
¿Qué resultado tuvieron estas diversas influencias? Max Dimont dice en su libro Jews, God and History (Los judíos, Dios y la historia) que aunque los fariseos siguieron llevando la antorcha de la ideología y la religión judías, “la antorcha misma había sido encendida por los filósofos griegos”. Aunque gran parte del Talmud era muy legalista, sus ilustraciones y explicaciones reflejaban claramente la influencia de la filosofía griega. Por ejemplo, conceptos religiosos griegos —tales como el de la inmortalidad del alma— se expresaban en términos judíos. La realidad fue que en aquella nueva era rabínica la veneración del Talmud —para entonces una mezcla de filosofía legalista y filosofía griega— se fue desarrollando entre los judíos hasta que, para la Edad Media, los judíos reverenciaban más al Talmud que a la Biblia misma.
El judaísmo durante la Edad Media
Durante la Edad Media (desde alrededor del año 500 hasta 1500 E.C.), surgieron dos distintas comunidades judías: los judíos sefardíes, que florecieron bajo la gobernación musulmana en España, y los judíos askenazíes de la Europa central y oriental. Ambas comunidades produjeron eruditos rabínicos cuyos escritos y pensamientos son hasta hoy la base de la interpretación religiosa judía. Es interesante que muchas de las costumbres y prácticas religiosas comunes hoy en el judaísmo realmente empezaron durante la Edad Media. (Véase la página 231.)
En el siglo XII empezó una ola de expulsiones de judíos; fueron echados de varios países. Como explica el autor israelí Abba Eban en My People—The Story of the Jews (Mi pueblo.—La historia de los judíos): “En todo país [...] que cayó bajo la influencia unilateral de la Iglesia Católica la historia es la misma: horrible degradación, tortura, degüello y expulsión”. Finalmente, en 1492, España, que de nuevo estaba bajo la dominación católica, hizo lo mismo que otros países y ordenó que todos los judíos fueran expulsados de su territorio. Por eso, para fines del siglo XV los judíos habían sido expulsados de casi toda la Europa occidental, y habían huido a la Europa oriental y países alrededor del Mediterráneo.
A través de siglos de opresión y persecución en diferentes partes del mundo, entre los judíos se levantaron muchos individuos con aspiraciones mesiánicas que fueron aceptados a diversos grados, pero que solo causaron desilusión. Para el siglo XVII se necesitaban nuevas iniciativas que revigorizaran a los judíos y los sacaran de aquel período oscuro. A mediados del siglo XVIII apareció una respuesta a la desesperanza en que estaba sumido entonces el pueblo judío. Esta respuesta fue el hasidismo (véase la página 226), una mezcla de misticismo y éxtasis religioso expresada en la devoción y la actividad diarias. Por contraste, para aproximadamente el mismo tiempo el filósofo Moses Mendelssohn, un judío alemán, ofreció otra solución: el camino de Haskala, o la iluminación, que conduciría a lo que hoy se considera históricamente como el “judaísmo moderno”.
De la “iluminación” al sionismo
Según Moses Mendelssohn (1729-1786), los judíos serían aceptados si se apartaban de las restricciones del Talmud y se amoldaban a la cultura occidental. En su día él llegó a ser uno de los judíos más respetados por el mundo gentil. Sin embargo, nuevos estallidos de antisemitismo violento en el siglo XIX, especialmente en la Rusia “cristiana”, desilusionaron a los seguidores de este movimiento, y muchos entonces enfocaron su atención en hallar un refugio político para los judíos. Rechazaron la idea de un Mesías personal que hubiera de conducir a los judíos de regreso a Israel y empezaron a esforzarse por establecer un estado judío por otros medios. Este, pues, llegó a ser el concepto del sionismo: “la secularización del [...] mesianismo judío”, como lo expresa una autoridad.
El asesinato de unos seis millones de judíos europeos en el holocausto inspirado por los nazis (1935-1945) dio al sionismo su empuje final y le ganó mucha simpatía por todo el mundo. El sueño sionista se realizó en 1948 cuando se estableció el Estado de Israel, y con esto llegamos al judaísmo de nuestros días y a la pregunta: ¿Qué creen los judíos modernos?
Hay un solo Dios
Puesto en pocas palabras, el judaísmo es la religión de un pueblo. Por lo tanto, el converso al judaísmo llega a ser parte del pueblo judío así como de la religión judía. Es una religión monoteísta en el sentido más estricto, y afirma que Dios interviene en la historia humana, especialmente con relación a los judíos. La adoración judía envuelve varias festividades anuales y diversas costumbres. (Véanse las páginas 230, 231.) Aunque no hay credos o dogmas aceptados por todos los judíos, la confesión de la unidad de Dios como se expresa en la semá, una oración basada en Deuteronomio 6:4, es parte de la adoración en las sinagogas: “Oye, Isra-e-l: el Señor, nuestro Dios, el Señor es uno”.
Esta creencia de que hay un solo Dios fue pasada al cristianismo y al islam. Según el Dr. J. H. Hertz, un rabino: “Esta sublime declaración solemne de monoteísmo absoluto es una declaración de guerra contra todo politeísmo [...] De la misma manera, el semá excluye la trinidad del credo cristiano como violación de la Unidad de Dios”. Pero veamos ahora lo que creen los judíos acerca de la vida después de la muerte.
La muerte, el alma y la resurrección
Una de las creencias fundamentales del judaísmo moderno es que el hombre tiene un alma inmortal que sobrevive a la muerte del cuerpo. Pero ¿viene de la Biblia esa creencia? La Encyclopaedia Judaica confiesa francamente: “Quizás fue por la influencia griega como entró en el judaísmo la doctrina de la inmortalidad del alma”. Pero esto creó un dilema doctrinal, como declara la misma fuente: “Básicamente las dos creencias —la de la resurrección y la de la inmortalidad del alma— se contradicen una a la otra. La primera se refiere a una resurrección colectiva al fin de los días, es decir, que los muertos que están durmiendo en la tierra se levantarán del sepulcro, mientras que la otra se refiere a la condición del alma después de la muerte del cuerpo”. ¿Cómo se resolvió este dilema teológico judío? “Se sostuvo que cuando el individuo moría su alma seguía viviendo en otra región (esto dio origen a todas las creencias acerca del cielo y el infierno), mientras que su cuerpo yacía en el sepulcro en espera de la resurrección física de todos los muertos aquí en la Tierra.”
Arthur Hertzberg, conferenciante en universidades, escribe: “En la Biblia [hebrea] misma el escenario de la vida del hombre es este mundo. No hay doctrina de cielo ni infierno, sino un concepto creciente de una resurrección final de los muertos al fin de los días”. Esa es una explicación sencilla y exacta del concepto bíblico, a saber, que “los muertos nada saben [...] Porque no hay obra, ni actividad mental, ni ciencia, ni sabiduría en el sepulcro, adonde te encaminas”. (Eclesiastés 9:5, 10; Daniel 12:1, 2; Isaías 26:19.)
Según la Encyclopaedia Judaica, “en el período rabínico la doctrina de la resurrección de los muertos se considera una de las doctrinas centrales del judaísmo” y “debe distinguirse de creer en [...] la inmortalidad del alma”. Pero hoy, aunque toda división del judaísmo acepta la inmortalidad del alma, no toda acepta la resurrección de los muertos.
En contraste con la Biblia, el Talmud, bajo la influencia del helenismo, está lleno de explicaciones y cuentos y hasta descripciones del alma inmortal. Literatura mística judía de tiempos posteriores, la Cábala, llega hasta el extremo de enseñar la reencarnación (transmigración de las almas), que es fundamentalmente una antigua enseñanza hindú. (Véase el capítulo 5.) Hoy en Israel esta enseñanza se acepta extensamente como enseñanza judía, y también desempeña un papel importante en la creencia y la literatura hasídicas. Por ejemplo, Martin Buber incluye en su libro Tales of the Hasidim—The Later Masters (Cuentos de los hasidim.—Los maestros posteriores) un cuento sobre el alma procedente de la escuela de Elimelekh, un rabino de Lizhensk: “En el Día de la Expiación, cuando el rabí Abraham Yehoshua recitaba el Avodah, la oración que repite el servicio del sumo sacerdote en el Templo de Jerusalén, y llegaba al pasaje: ‘Y así habló’, nunca decía esas palabras, sino que decía: ‘Y así hablé’. Porque no había olvidado el tiempo en que su alma estaba en el cuerpo de un sumo sacerdote de Jerusalén”.
El Judaísmo Reformado ha llegado al extremo de dejar de creer en la resurrección. Ha eliminado la palabra de los devocionarios que usa, y solo reconoce la creencia en el alma inmortal. ¡Cuánto más clara es la idea bíblica que se expresa en Génesis 2:7: “El Señor Dios formó al hombre del polvo del suelo y sopló en sus narices el aliento de la vida, y el hombre vino a ser alma viviente”! La combinación del cuerpo y el espíritu, o la fuerza de vida, constituye un “alma viviente”. (Génesis 2:7; 7:22; Salmo 146:4.) A la inversa, cuando el pecador humano muere, entonces el alma muere. (Ezequiel 18:4, 20.) Así, pues, en el momento de la muerte el hombre cesa de tener existencia consciente. Su fuerza de vida regresa a Dios, quien la dio. (Eclesiastés 3:19; 9:5, 10; 12:7.) La verdadera esperanza bíblica en cuanto a los muertos es la resurrección (hebreo: teji•yáth ham•me•thím, o “revivificación de los muertos”).
Aunque esta conclusión quizás sorprenda hasta a muchos judíos, la resurrección ha sido la verdadera esperanza de los adoradores del Dios verdadero por miles de años. Unos 3.500 años atrás, el fiel Job, en su sufrimiento, habló de un tiempo futuro en que Dios lo levantaría del Seol o sepulcro. (Job 14:14, 15.) Al profeta Daniel también se le aseguró que sería levantado “al fin de los días”. (Daniel 12:2, 13.)
En las Escrituras no hay base para decir que aquellos hebreos fieles creían que tenían un alma inmortal que sobreviviría para entrar en un mundo de ultratumba. Está claro que tenían suficiente razón para creer que el Señor Soberano, quien cuenta y controla las estrellas del universo, también los recordaría cuando llegara el tiempo de la resurrección. Habían sido fieles a él y su nombre. Él sería fiel a ellos. (Salmo 18:26 [25, NM]; 147:4; Isaías 25:7, 8; 40:25, 26.)
El judaísmo y el nombre de Dios
El judaísmo enseña que aunque el nombre de Dios existe en forma escrita, es demasiado santo para ser pronunciado. El resultado de esto ha sido que durante los últimos 2.000 años la pronunciación correcta se ha perdido. Sin embargo, los judíos no siempre pensaron así. Hace unos 3.500 años Dios habló a Moisés y le dijo: “Así dirás a los hijos de Isra-e-l: ‘El Señor [hebreo: יהוה, YHVH], Dios de vuestros padres, el Dios de Avra-ha-m, el Dios de I‘s‘ha-q y el Dios de Ya‘aqo-v, me ha enviado a vosotros. Éste es Mi nombre para siempre, y éste es Mi memorial para todas las generaciones[’]”. (Éxodo 3:15; Salmo 135:13.) ¿Cuál fue ese nombre y memorial? La nota al pie de la página de la Tanakh, una versión en inglés, declara: “El nombre YHWH (tradicionalmente leído Adonai “el SEÑOR”) se asocia aquí con la raíz hayáh ‘ser’”. Así, pues, aquí tenemos el santo nombre de Dios, el Tetragrámaton, las cuatro consonantes hebreas YHWH o YHVH (Yahveh) que en su forma latinizada ha llegado a conocerse a través de los siglos en español como JEHOVAH o JEHOVÁ.
Por toda la historia los judíos siempre han dado gran importancia al nombre personal de Dios, aunque ya no se recalca su uso con el vigor con que se hacía en tiempos pasados. Como declara el Dr. A. Cohen en Everyman’s Talmud (El Talmud de todos): “Se daba reverencia especial al ‘nombre distintivo’ (Shem Hamephorash) de la Deidad que Él había revelado al pueblo de Israel, es decir, el tetragrámaton, JHVH”. Se veía con reverencia el nombre divino porque representaba y caracterizaba a la mismísima persona de Dios. Después de todo, fue Dios mismo quien anunció su nombre y dijo a sus adoradores que lo usaran. Esto se destaca porque el nombre aparece 6.828 veces en la Biblia hebrea. Sin embargo, judíos devotos creen que muestra falta de respeto pronunciar el nombre personal de Dios.
En cuanto a la antigua prohibición rabínica (no bíblica) contra pronunciar el nombre, A. Marmorstein, un rabino, escribió en su libro The Old Rabbinic Doctrine of God (La antigua doctrina rabínica de Dios): “Hubo un tiempo en que esta prohibición [sobre usar el nombre divino] era completamente desconocida entre los judíos [...] Ni en Egipto ni en Babilonia conocían u observaban los judíos una ley que prohibiera el uso del nombre de Dios, el Tetragrámaton, ni en la conversación ordinaria ni en los saludos. Sin embargo, desde el siglo III a.E.C. hasta el siglo III E.C. esa prohibición existía y en parte se observaba”. El uso del nombre no solo se permitía en el pasado, sino que, como dice el Dr. Cohen: “Hubo un tiempo en que se abogaba porque hasta los legos dieran uso libre y franco al nombre [...] Se ha sugerido que esta recomendación se basaba en el deseo de distinguir a los israelitas de los [no judíos]”.
Entonces, ¿de dónde vino el que se prohibiera el uso del nombre divino? El Dr. Marmorstein contesta: “La oposición helenística [de influencia griega] a la religión de los judíos, la apostasía de los sacerdotes y nobles, introdujo y estableció la regla de no pronunciar el Tetragrámaton en el Santuario [templo de Jerusalén]”. En su celo excesivo por no tomar el nombre de Dios en vano, suprimieron completamente su uso en el habla y subvirtieron y diluyeron la identificación del Dios verdadero. Bajo la presión combinada de la oposición religiosa y la apostasía, el nombre divino dejó de usarse entre los judíos.
Sin embargo, como declara el Dr. Cohen: “En el período bíblico parece que no había objeción a usar [el nombre divino] en el habla cotidiana”. El patriarca Abrahán “invocó el nombre del Señor”. (Génesis 12:8.) La mayoría de los escritores de la Biblia hebrea usaban libremente, pero con respeto, el nombre hasta el mismo tiempo de la escritura de Malaquías en el siglo V a.E.C. (Rut 1:8, 9, 17.)
Queda muy claro que los hebreos de la antigüedad sí usaban y pronunciaban el nombre divino. Marmorstein confiesa lo siguiente acerca del cambio que vino después: “Porque en aquel tiempo, en la primera mitad del siglo III [a.E.C.], se nota un gran cambio en el uso del nombre de Dios, lo que causó muchos cambios en la tradición teológica y filosófica judía, y de esto se sienten las influencias hasta este mismo día”. Uno de los efectos de la pérdida del nombre es que el concepto de un Dios anónimo ayudó a crear un vacío teológico en el cual la doctrina trinitaria de la cristiandad se desarrolló con mayor facilidad. (Éxodo 15:1-3.)
El negarse a usar el nombre divino socava la adoración del Dios verdadero. Como dijo cierto comentador: “Desgraciadamente, cuando se llama a Dios ‘el Señor’, esa frase, aunque exacta, es fría y sosa [...] Hay que recordar que al traducir YHWH o Adonai como ‘el Señor’ uno introduce en muchos pasajes del Antiguo Testamento una nota de abstracción, formalismo y distanciamiento que es completamente ajena al texto original” (The Knowledge of God in Ancient Israel [El conocimiento de Dios en el Israel antiguo]). ¡Qué lamentable es que falte el sublime y significativo nombre Yahveh o Jehová en muchas traducciones de la Biblia cuando está claro que en el texto hebreo original aparece claramente miles de veces! (Isaías 43:10-12.)
¿Siguen esperando al Mesías los judíos?
En las Escrituras Hebreas hay muchas profecías de las cuales los judíos de más de 2.000 años atrás derivaron su esperanza mesiánica. Segundo de Samuel 7:11-16 indicaba que el Mesías sería de la línea de David. Isaías 11:1-10 profetizó que él traería justicia y paz a toda la humanidad. Daniel 9:24-27 dio la cuenta del tiempo para la aparición del Mesías e indicó que se le daría muerte o sería cortado de la existencia.
Como explica la Encyclopaedia Judaica, para el primer siglo había grandes expectativas con relación al Mesías. Se esperaba que el Mesías fuera “un descendiente de David con cualidades carismáticas a quien Dios levantaría, según creían los judíos del período romano, para romper el yugo de los paganos y reinar sobre el reino restaurado de Israel”. Sin embargo, el Mesías militante que esperaban los judíos no se presentó.
Con todo, como señala The New Encyclopædia Britannica, la esperanza mesiánica era vital para mantener unido al pueblo judío a través de sus muchas experiencias difíciles: “No hay duda de que a buen grado el judaísmo debe su supervivencia a su fe firme en la promesa y el futuro mesiánicos”. Pero al surgir el judaísmo moderno entre los siglos XVIII y XIX muchos judíos dejaron de esperar pasivamente al Mesías. Al fin, el holocausto perpetrado por los nazis llevó a muchos a perder su paciencia y esperanza. Empezaron a ver el mensaje mesiánico como un inconveniente, y por eso lo reinterpretaron como simplemente una nueva era de prosperidad y paz. Desde entonces, aunque hay excepciones, difícilmente se puede decir que los judíos en general estén esperando un Mesías personal.
Este cambio a una religión no mesiánica plantea preguntas importantes. ¿Estuvo equivocado por miles de años el judaísmo al creer que vendría un Mesías individual? ¿Qué forma del judaísmo ayudará a uno en su búsqueda de Dios? ¿Será el judaísmo antiguo con los adornos que tomó de la filosofía griega, o será una de las formas del judaísmo no mesiánico que han surgido durante los últimos 200 años? ¿O habrá otra senda que conserve fielmente y con exactitud la esperanza mesiánica?
Tomando en cuenta estas preguntas, sugerimos que los judíos sinceros reexaminen el asunto del Mesías mediante investigar lo que se afirma acerca de Jesús de Nazaret, no como lo ha representado la cristiandad, sino como lo presentan los escritores judíos de las Escrituras Griegas. Hay una gran diferencia. Por su doctrina antibíblica de la Trinidad, que obviamente es inaceptable a cualquier judío que aprecia la enseñanza pura de que “el Señor, nuestro Dios, el Señor es uno”, las religiones de la cristiandad han contribuido a que los judíos rechacen a Jesús. (Deuteronomio 6:4.) Por lo tanto, examine usted el capítulo siguiente con mente imparcial para que llegue a conocer al Jesús de las Escrituras Griegas.
[Notas]
Compárese con Génesis 5:22-24, Traducción del Nuevo Mundo de las Santas Escrituras (Con Referencias), segunda nota sobre el versículo 22.
A menos que se especifique lo contrario, todas las citas bíblicas de este capítulo se toman de la versión moderna (1982) de las Escrituras Hebreas en español La Biblia, publicada por la Editorial Sigal.
La cronología que aquí se presenta tiene como autoridad el texto bíblico. (Véase el libro “Toda Escritura es inspirada de Dios y provechosa”, publicado por Watchtower Bible and Tract Society of N.Y., Inc., Estudio 3, “Midiendo acontecimientos en la corriente del tiempo”.)
Yoseph ben Mattityahu (Flavio Josefo), historiador judío del primer siglo, relata que cuando Alejandro llegó a Jerusalén los judíos le abrieron las puertas y le mostraron la profecía del libro de Daniel —escrita más de 200 años antes— que claramente describía las conquistas de Alejandro como ‘el Rey de Grecia’ (Antigüedades de los judíos, Libro XI, capítulo VIII, 5; Daniel 8:5-8, 21).
Durante el período de los macabeos (asmoneos, desde 165 hasta 63 a.E.C.), líderes judíos como Juan Hircano hasta impusieron la conversión en masa de otros pueblos al judaísmo por conquista. Es interesante que a principios de la era común el 10% del mundo mediterráneo era judío. Esta cifra muestra claramente el impacto del proselitismo judío.
Según The New Encyclopædia Britannica: “El credo trinitario del cristianismo [...] lo separa de las otras dos religiones monoteístas clásicas [el judaísmo y el islam]”. La iglesia desarrolló la enseñanza de la Trinidad aunque “la Biblia de los cristianos no afirma nada sobre Dios que sea específicamente trinitario”.
Además de la autoridad bíblica, se enseñaba como artículo de fe en la Mishnah (Sanedrín 10:1) y fue el último de los 13 principios de fe de Maimónides. Hasta el siglo XX el negar la resurrección se consideraba herejía.
“La Biblia no dice que tengamos un alma. ‘Nefesh’ es la persona misma, su necesidad de alimento, la misma sangre de sus venas, su ser” (Dr. H. M. Orlinsky, del Hebrew Union College).
Véase Éxodo 6:3, donde, en la versión Tanakh de la Biblia el Tetragrámaton hebreo aparece en el texto en inglés.
La Encyclopaedia Judaica dice: “Se evita pronunciar el nombre YHWH [...] debido a malentender el Tercer Mandamiento (Éx. 20:7; Deut. 5:11) como si este significara: ‘No tomarás el nombre de YHWH tu Dios en vano’, mientras que en realidad esto significa: ‘No jurarás falsamente por el nombre de YHWH tu Dios’”.
George Howard, profesor auxiliar de religión y de hebreo en la Universidad de Georgia, E.U.A., dice: “Al ir pasando el tiempo se fue poniendo en unidad cada vez más estrecha a estas dos figuras [Dios y Cristo] hasta que con frecuencia era imposible distinguir entre ellas. Así, puede que la remoción del Tetragrámaton contribuyera significativamente a los debates cristológicos y trinitarios posteriores que causaron dificultades en la iglesia de los primeros siglos. Sea como sea, es probable que la remoción del Tetragrámaton haya creado un clima teológico diferente del que existía durante el período del Nuevo Testamento del primer siglo” (Biblical Archaeology Review, marzo de 1978).

“La inmortalidad del alma” su origen.



Con este tema quiero indicar el desarrollo de la enseñanza de la "inmortalidad del alma" a través de los tiempos y sus promotores.

La idea penetra en el judaísmo, la cristiandad y el islam.
“La religión es, entre otras cosas, un medio para que la gente se resigne al hecho de que algún día ha de morir, ya sea prometiéndole que tendrá una vida mejor después de la muerte, que renacerá, o ambas cosas.”—Gerhard Herm, escritor alemán.
CASI todas las religiones que hacen promesas sobre una vida en el más allá se basan en la creencia de que el hombre tiene un alma inmortal que al morir viaja a otro mundo o transmigra a otra criatura. La idea de la inmortalidad humana ha sido parte integrante de las religiones orientales desde sus comienzos. Pero, ¿qué puede decirse del judaísmo, la cristiandad y el islam? ¿Cómo se convirtió la inmortalidad del alma en una enseñanza fundamental de estas religiones?
El judaísmo absorbe conceptos griegos
El origen del judaísmo se remonta unos cuatro mil años hasta Abrahán. Los escritos sagrados hebreos empezaron a redactarse en el siglo XVI a.E.C., y se completaron para la época en la que Sócrates y Platón daban forma a la teoría de la inmortalidad del alma. ¿Enseñaban esta doctrina las Escrituras Hebreas?
La Enciclopedia Judaica responde: “Fue en el período pos bíblico cuando arraigó una creencia clara y firme en la inmortalidad del alma [...] y se convirtió en un pilar de las fes judía y cristiana”. También afirma: “En tiempos bíblicos se veía a la persona como un todo. Así pues, no había una distinción marcada entre el alma y el cuerpo”. Los primeros judíos creían en la resurrección de los muertos, lo cual “ha de diferenciarse de la creencia en [...] la inmortalidad del alma”, señala dicha enciclopedia.
Entonces, ¿cómo se convirtió la doctrina en “un pilar” del judaísmo? La historia nos da la contestación. En el año 332 a.E.C., Alejandro Magno conquistó gran parte del Oriente Medio en una campaña relámpago. A su llegada a Jerusalén, los judíos lo recibieron con los brazos abiertos. Según el historiador judío del siglo I Flavio Josefo, incluso le mostraron la profecía del libro de Daniel, escrito más de doscientos años antes, que describía claramente las conquistas de Alejandro en el papel de “rey de Grecia” (Daniel 8:5-8, 21). Sus sucesores siguieron adelante con su plan de helenización, inculcando en todo el imperio el idioma, la cultura y la filosofía de Grecia. Por consiguiente, era inevitable que se produjera una fusión de las dos culturas, la griega y la judía.
A principios del siglo III a.E.C. se empezó la primera traducción de las Escrituras Hebreas al griego, llamada la Septuaginta. Gracias a esta, muchos gentiles llegaron a respetar la religión judía y a conocerla bien. Algunos hasta se convirtieron. Los judíos, por su parte, se iban familiarizando con el pensamiento griego, y algunos se hicieron filósofos, lo cual era enteramente nuevo para ellos. Uno de tales filósofos judíos fue Filón de Alejandría, del siglo I E.C.
Filón, que reverenciaba a Platón, intentó explicar el judaísmo desde el punto de vista de la filosofía griega. “Filón, al crear una síntesis única de filosofía platónica y tradición bíblica —dice el libro Historia del Cielo—, dejó el terreno abonado para los pensadores cristianos [y judíos] posteriores.” ¿Y qué pensaba Filón del alma? El libro prosigue: “Para él, la muerte devuelve al alma a su estado originario, en el que se encontraba antes del nacimiento. Dado que el alma pertenece al mundo espiritual, la vida encarnada en un cuerpo no es sino un episodio breve y, a menudo, desafortunado”. Otros pensadores judíos que creían en la inmortalidad del alma fueron el conocido físico del siglo X Isaac Israeli y el filósofo alemán del siglo XVIII Moses Mendelssohn.
Otro libro que ha influido mucho en el pensamiento y la vida judíos es el Talmud, que constituye un resumen escrito, con comentarios y explicaciones posteriores, de la llamada ley oral, recopilada por rabinos desde el siglo II E.C. hasta entrada la Edad Media. “Los rabinos del Talmud —dice la Encyclopaedia Judaica— creían que la existencia del alma se prolongaba más allá de la muerte.” El Talmud habla incluso de que los muertos se ponen en comunicación con los vivos. La Encyclopædia of Religion and Ethics indica: “La creencia [de los rabinos] en la preexistencia de las almas probablemente se debía a la influencia del platonismo”.
La Cábala, conjunto de escritos místicos del judaísmo posterior, llega al extremo de enseñar la reencarnación. Con relación a esta doctrina, la obra judía The New Standard Jewish Encyclopedia afirma: “Parece ser que la idea se originó en la India. [...] En la Cábala surge primero en el libro Bahir, y luego, a partir del Zohar, fue aceptada habitualmente por los místicos y desempeñó un papel importante en las creencias y literatura hasídicas”. En el Israel actual, la reencarnación se reconoce generalmente como una enseñanza judía.
De modo que la idea de la inmortalidad del alma penetró en el judaísmo por influencia de la filosofía griega, y la mayoría de sus ramas aceptan el concepto. ¿Qué puede decirse sobre la introducción de la enseñanza en la cristiandad?
La cristiandad adopta los pensamientos platónicos
El cristianismo auténtico comenzó con Cristo Jesús. Miguel de Unamuno, destacado erudito español del siglo XX, escribió respecto a Jesús: “Creía acaso en la resurrección de la carne, a la manera judaica, no en la inmortalidad del alma, a la manera platónica [...]. Las pruebas de esto pueden verse en cualquier libro de exégesis honrada”. Unamuno concluyó: “La inmortalidad del alma [...] es un dogma filosófico pagano”.
¿Cuándo y cómo se infiltró este “dogma filosófico pagano” en el cristianismo? The New Encyclopædia Britannica señala: “Desde mediados del siglo II d.C., los cristianos que habían recibido cierta educación en la filosofía griega empezaron a sentir la necesidad de expresar su fe en los términos de esta, tanto para su propia satisfacción intelectual como para convertir a los paganos cultos. La filosofía que más les convino fue el platonismo”.
Hubo dos de tales primeros filósofos que tuvieron una gran incidencia en las doctrinas de la cristiandad: Orígenes de Alejandría (c. 185-254 E.C.) y Agustín de Hipona (354-430 E.C.). La New Catholic Encyclopedia dice de ellos: “Solo con Orígenes en Oriente y san Agustín en Occidente se estableció que el alma es una sustancia espiritual y se formó un concepto filosófico de su naturaleza”. ¿Sobre qué base formaron Orígenes y Agustín sus conceptos del alma?
Orígenes era discípulo de Clemente de Alejandría, “el primero de los Padres que adoptó de forma explícita la tradición griega del alma”, según la New Catholic Encyclopedia. Las ideas platónicas sobre el alma debieron de influir mucho en Orígenes. “[Orígenes] convirtió en dogma cristiano todo el conjunto de enseñanzas relativas al alma, que tomó de Platón”, indicó el teólogo Werner Jaeger en la publicación The Harvard Theological Review.
A Agustín se le considera en algunos sectores de la cristiandad el mayor pensador del mundo antiguo. Antes de convertirse al “cristianismo”, a la edad de 33 años, Agustín se interesaba mucho en la filosofía y se había hecho neoplatónico. Tras su conversión, mantuvo sus ideas neoplatónicas. The New Encyclopædia Britannica dice de él: “Su mente fue el crisol en el que la religión del Nuevo Testamento se fusionó por completo con la tradición platónica de la filosofía griega”. La New Catholic Encyclopedia admite que la “doctrina [agustiniana del alma], que prevaleció en Occidente hasta finales del siglo XII, le debía mucho [...] al neoplatonismo”.
En el siglo XIII, las enseñanzas de Aristóteles ganaban popularidad en Europa, debido en gran parte a la difusión en latín de las obras de doctos árabes que habían comentado extensamente los escritos de aquel filósofo. El pensamiento aristotélico impactó al erudito católico Tomás de Aquino, y las obras de este lograron que las ideas de Aristóteles tuvieran mayor repercusión en las doctrinas de la Iglesia que las ideas de Platón. Pero esta tendencia no afectó al concepto de la inmortalidad del alma.
Aristóteles enseñó que el alma estaba inseparablemente unida al cuerpo y que su existencia individual no continuaba después de la muerte. También afirmó que si algo eterno existía en el hombre, era un intelecto abstracto e impersonal. Tal modo de entender el alma no armonizaba con la creencia de la Iglesia en almas personales que sobreviven a la muerte. En consecuencia, Tomás de Aquino modificó el concepto aristotélico del alma y aseveró que su inmortalidad puede probarse con la razón. De manera que la creencia de la Iglesia en la inmortalidad del alma siguió intacta.
En los siglos XIV y XV, a comienzos del Renacimiento, resurgió el interés en Platón. La célebre familia italiana de los Médicis incluso contribuyó a la fundación de una academia en Florencia para promover el estudio de la doctrina del filósofo. Durante los siglos XVI y XVII menguó el interés en Aristóteles. Y la Reforma, que tuvo lugar en el siglo XVI, no introdujo ningún cambio en la enseñanza del alma. Aunque los reformadores protestantes disentían en la doctrina del purgatorio, aceptaron la idea del castigo o la recompensa eternos.
De ahí que la enseñanza de la inmortalidad del alma esté presente en la mayoría de las confesiones de la cristiandad. Un filósofo estadounidense escribió al respecto: “De hecho, la religión, para la gran mayoría de los occidentales, significa inmortalidad, y nada más. Dios es el originador de la inmortalidad”.
La inmortalidad y el islam
El islam se originó con el llamamiento de Mahoma para ser profeta a la edad aproximada de 40 años. Los musulmanes creen por lo general que recibió revelaciones durante un período de unos veinte a veintitrés años, desde alrededor de 610 E.C. hasta su muerte, en 632 E.C. Estas revelaciones están consignadas en el Corán, el libro sagrado de los musulmanes. Para cuando surgió el islam, en el judaísmo y la cristiandad ya se había infiltrado el concepto platónico del alma.
Los musulmanes creen que su fe es la culminación de las revelaciones dadas a los hebreos y cristianos fieles de la antigüedad. El Corán cita tanto de las Escrituras Hebreas como de las griegas, pero en la doctrina de la inmortalidad del alma discrepa de ellas. El Corán enseña que el hombre tiene un alma que sigue viviendo tras la muerte. También habla de una resurrección de los muertos, un día de juicio y el destino final del alma: o vida en un jardín paradisíaco celestial, o castigo en un infierno ardiente.
Los seguidores del islam creen que el alma del difunto va al barzakh (“barrera”), término que designa el “tiempo intermedio entre la hora de la muerte y la hora de la resurrección” y el “lugar tal que quien lo alcanza no puede ya retornar a la vida terrena” (sura 23:99, 100; El Corán, edición de Julio Cortés, nota). Allí el alma está consciente, sufriendo castigo si la persona fue impía, o disfrutando de felicidad si fue fiel. Pero los fieles también tienen que experimentar algún tormento debido a los pocos pecados que cometieron durante su vida. En el día del juicio, cada uno se encara con su destino eterno, que pone fin a este estado intermedio.
La idea de la inmortalidad del alma apareció en el judaísmo y en la cristiandad a través del platonismo, pero en el islam, el concepto ya existía desde un principio. Esto no significa que los eruditos árabes no intentaran conciliar las enseñanzas islámicas con la filosofía griega. De hecho, la obra de Aristóteles influyó mucho en el mundo árabe. Y destacados filósofos árabes, como Avicena y Averroes, comentaron extensamente el pensamiento aristotélico. No obstante, al tratar de armonizar los conceptos griegos con la enseñanza musulmana del alma, llegaron a teorías distintas. Por ejemplo, Avicena afirmó que el alma personal es inmortal, mientras que Averroes refutó esa idea. Prescindiendo de tales opiniones, los musulmanes siguen creyendo en la inmortalidad del alma.
Está claro, pues, que tanto el judaísmo como la cristiandad y el islam enseñan la doctrina de la inmortalidad del alma.
[Nota]
Seguidor del neoplatonismo, una nueva versión de la filosofía platónica desarrollada por Plotino en la Roma del siglo III.