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domingo, 25 de septiembre de 2016

La era en que los valores decayeron radicalmente, parte 1ª






¿CUÁNDO diría usted que empezó el rápido deterioro de los principios morales? ¿En sus tiempos, o en los de familiares o amigos mayores que usted? Algunos dicen que la I Guerra Mundial, que estalló en 1914, marcó el comienzo de una era de decadencia moral sin precedentes. El profesor de Historia Robert Wohl escribió en su libro The Generation of 1914 (La generación de 1914): “Los que sobrevivieron a la guerra jamás pudieron deshacerse de la idea de que en agosto de 1914 terminó un mundo y empezó otro”.
“Las normas de conducta social, que ya iban en declive en todas partes, quedaron demolidas —dijo el historiador Norman Cantor—. Si políticos y generales habían tratado a los millones que estaban a su cargo como a animales que se envía al degüello, ¿qué principios éticos o religiosos podían ya impedir que los hombres se trataran unos a otros con la ferocidad de los animales salvajes? [...] La masacre de la I Guerra Mundial [1914-1918] degradó por completo el valor de la vida humana.”
En su exhaustiva obra Esquema de la Historia, el historiador inglés H. G. Wells señaló que la aceptación de la teoría evolutiva llevó a “una verdadera desmoralización”, es decir, a una pérdida de los principios. ¿Por qué? Algunos sostenían que el hombre no era más que una forma superior de vida animal. Wells, que era evolucionista, explicó en 1920: “Decidióse que el hombre era un animal social, sí, pero a la manera del perro de caza [...], así pareció justo que los grandes mastines de la jauría humana amedrentasen y dominaran”.
Es indudable que la I Guerra Mundial tuvo un efecto demoledor en los principios morales de la gente, como indicó Norman Cantor. Él agregó: “La generación de mayor edad quedó completamente desacreditada en todo: en sus ideas políticas, su forma de vestir y su moralidad sexual”. A este deterioro moral contribuyeron en gran medida las iglesias, pues corrompieron las enseñanzas cristianas al apoyar la teoría de la evolución e incitar a la lucha a los bandos en conflicto. El general de brigada británico Frank Crozier escribió: “Las iglesias cristianas son las mejores creadoras de actitudes sanguinarias que tenemos, y nos hemos servido bien de ellas”.
Se desechan las normas morales
En la década posterior a la I Guerra Mundial —los llamados locos años veinte— se desecharon los valores y restricciones morales de toda la vida y se reemplazaron con la actitud de que todo vale. El historiador Frederick Lewis Allen dijo: “Quizás algún día, los diez años que siguieron a la guerra puedan ser [justamente] recordados con la denominación de ‘Década de los Malos Modales’. [...] Junto con el antiguo orden de cosas había desaparecido una tabla de valores que proporcionó riqueza y sentido a la vida, y los valores para sustituirlos no eran fáciles de encontrar”.
La Gran Depresión de los años treinta acabó con la euforia de la década anterior al hundir a muchos ciudadanos en la más extrema pobreza. A finales de esa década, sin embargo, las naciones se enzarzaron en otra contienda aún más devastadora: la II Guerra Mundial. Las potencias empezaron enseguida a construir armas de terrible potencial destructivo, lo que sacó al mundo de la depresión económica, pero lo sumió en un abismo de sufrimientos y horrores inimaginables. La guerra dejó cientos de ciudades en ruinas; dos de ellas, en Japón, quedaron totalmente arrasadas por sendas bombas atómicas. Millones de seres humanos fallecieron en espantosos campos de concentración. En total, el conflicto segó la vida de cincuenta millones de hombres, mujeres y niños.
En medio del horror de la II Guerra Mundial, la gente dejó de aferrarse a las normas morales tradicionales y adoptó sus propios códigos de conducta. El libro Love, Sex and War—Changing Values, 1939-45 (Amor, sexo y guerra: el cambio de los valores, 1939-1945) explica: “Era como si la falta de restricciones tolerada en el campo de batalla se hubiera extendido a la esfera civil y, por tanto, mientras durara el conflicto quedaran suspendidas las restricciones en la conducta sexual. [...] El sentido de urgencia y la agitación de la guerra erosionaron rápidamente los principios morales, y en muchos hogares la vida parecía tan breve y carente de valor como la vida en el frente de batalla”.
La constante amenaza de muerte intensificó el deseo de disfrutar de relaciones sentimentales, aunque fueran pasajeras. Un ama de casa británica justificó así la permisividad sexual durante aquellos trágicos años: “En realidad no éramos inmorales. Lo que pasa es que estábamos en guerra”. Y un soldado estadounidense admitió: “Según el criterio general, nuestra conducta era inmoral, pero éramos jóvenes y sabíamos que podíamos morir en cualquier momento”.
Muchos sobrevivientes de aquella guerra siguieron sufriendo como consecuencia de los horrores que habían presenciado. Hasta el día de hoy, a algunos de esos sobrevivientes —entre ellos los que entonces eran niños— les asaltan recuerdos que les hacen revivir los sucesos traumáticos. Mucha gente perdió la fe y, junto con ella, la brújula moral. Sin respeto por ninguna autoridad que fijara las normas de lo que está bien o mal, la sociedad empezó a considerar que todo era relativo.
Nuevas normas sociales
Después de la II Guerra Mundial se publicaron diversos estudios sobre la conducta sexual humana. Uno de ellos fue el informe Kinsey, de más de ochocientas páginas, realizado en Estados Unidos en los años cuarenta. Como resultado de tal informe, mucha gente comenzó a hablar con toda libertad de cuestiones sexuales, lo cual antes no era muy frecuente. Aunque el estudio, según se reconoció más tarde, ofrecía datos exagerados sobre la homosexualidad y otras conductas desviadas, en su conjunto puso de manifiesto que tras la guerra se había producido un gran deterioro moral.
Durante un tiempo se intentó guardar las apariencias en lo que respecta a la moralidad. Así, en la radio, el cine y la televisión se censuraban los diálogos o escenas inmorales. Pero eso no duró mucho. William Bennett, anterior secretario de Educación de Estados Unidos, señaló: “En la década de 1960, el país entró en un rápido y continuo declive hacia lo que podríamos llamar la descivilización”. Y en muchos otros países se manifestó la misma tendencia. Pero ¿por qué se aceleró la decadencia moral en los años sesenta?
En esa década surgieron de forma casi simultánea el movimiento de liberación de la mujer y la revolución sexual, con su “nueva moralidad”. Además, empezaron a producirse píldoras anticonceptivas eficaces. La posibilidad de tener relaciones sexuales sin riesgo de embarazo hizo que se generalizara el “amor libre”, es decir, las relaciones sexuales sin compromiso por ninguna de las dos partes.
Al mismo tiempo, la prensa, el cine y la televisión relajaron su código moral. Zbigniew Brzezinski, anterior director del Consejo Nacional de Seguridad estadounidense, dijo más adelante que los valores de la programación televisiva reflejan “claramente [que] se alaba la autogratificación, se normaliza la violencia intensa y la brutalidad, [y] se alienta la promiscuidad sexual”.
Para los años setenta, el reproductor de video ya se había popularizado. Ahora la gente podía ver en la intimidad de su hogar imágenes inmorales de explícito contenido sexual que jamás habría ido a ver a una sala de cine a la vista de todo el mundo. Más recientemente, Internet ha puesto la pornografía más despreciable al alcance de los usuarios de computadora del mundo entero.
Las múltiples consecuencias de todo lo anterior asustan. El director de una prisión estadounidense dijo hace poco: “Diez años atrás podía conversar de lo que está bien y lo que está mal con los muchachos que ingresaban en la prisión, pero los que llegan ahora no tienen ni idea de lo que les estoy hablando”.
¿Dónde encontrar ayuda?
No podemos acudir a las iglesias de este mundo en busca de guía moral. En vez de defender los justos principios divinos, como hicieron Jesús y sus discípulos del siglo primero, las iglesias se han puesto de parte de este mundo corrupto. Cierto escritor preguntó: “¿Qué guerra se ha librado en la que cada bando no haya dicho que Dios estaba a su favor?”. Un clérigo neoyorquino dijo hace años con relación a la Iglesia y el cumplimiento de las normas morales divinas: “La Iglesia es la única organización del mundo cuyas condiciones de ingreso son menos estrictas que las requeridas para subir al autobús”.
Está claro que la grave crisis moral de este mundo exige que se haga algo. Pero ¿qué exactamente? ¿Qué tipo de cambio se necesita? ¿Quién puede efectuarlo, y cómo lo hará?

VIRTUDES Y VALORES
  Antes se decía que alguien tenía virtudes y con ello se entendía claramente que la persona era honrada, leal, casta y honorable. Ahora, el término valores ha reemplazado a virtudes. Sin embargo, ambos términos no son equivalentes, tal como indica la historiadora Gertrude Himmelfarb en su libro The De-Moralization of Society (La crisis moral de la sociedad): “De las virtudes no puede decirse, como de los valores, [...] que cada cual tiene el derecho de elegir las suyas propias”.
  Esta historiadora aclara que los valores “pueden ser creencias, opiniones, actitudes, hábitos, convenciones, preferencias, prejuicios e incluso idiosincrasias; en fin: todo lo que una persona, grupo o sociedad valore en un determinado momento por la razón que sea”. En la sociedad liberalizada de hoy día, la gente se siente autorizada a escoger sus propios valores, tal como escogen los comestibles en el supermercado. Pero, cuando eso sucede, ¿dónde queda la verdadera virtud y moralidad?