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lunes, 7 de marzo de 2016

EL DESARROLLO DE LA GRAN APOSTASÍA SOBRE LAS ENSEÑANZAS DE JESÚS Y SUS APÓSTOLES (Capitulo 4)



Un dilema teológico
“LA INMORTALIDAD del alma y la fe en la resurrección de los muertos [...] son dos conceptos que están en planos completamente distintos, entre los cuales es necesario elegir.” Estas palabras de Philippe Menoud resumen el dilema al que se enfrentan los teólogos católicos y protestantes en lo concerniente a la condición de los muertos. La Biblia habla de la esperanza de una resurrección “en el último día” (Juan 6:39, 40, 44, 54), pero según el teólogo Gisbert Greshake, muchos creyentes “ponen su esperanza en la inmortalidad del alma (que en la muerte se separa del cuerpo y regresa a Dios) y, por el contrario, la esperanza en la resurrección, si no completamente, sí al menos en buena parte ha venido a menos”.
En este caso surge un problema complicado, como explica Bernard Sesboüé: “¿En qué condición están los muertos durante el ‘intervalo’ entre su muerte corporal y su resurrección final?”. Esa cuestión parece haber sido el centro de algunos debates teológicos en los últimos años. ¿Qué ha llevado a esta situación? Y lo que es más importante, ¿cuál es la verdadera esperanza para los muertos?
Origen y evolución de un dilema
Los primeros cristianos tenían claro el asunto. Gracias a las Escrituras sabían que los muertos no son conscientes de nada, pues las Escrituras Hebreas dicen: “Los vivos tienen conciencia de que morirán; pero en cuanto a los muertos, ellos no tienen conciencia de nada en absoluto [...]. No hay trabajo ni formación de proyectos ni conocimiento ni sabiduría en el Seol, el lugar adonde vas”. (Eclesiastés 9:5, 10.) Aquellos cristianos esperaban una resurrección durante la futura “presencia del Señor”. (1 Tesalonicenses 4:13-17.) No esperaban estar conscientes en algún lugar aguardando ese momento. Joseph Ratzinger, el ex prefecto de la Congregación para la doctrina de la fe, del Vaticano, dice: “En la Iglesia antigua no hay pronunciamiento alguno doctrinal sobre la inmortalidad del alma”.
Sin embargo, el Nuevo diccionario de Teología (dirigido por G. Barbaglio y S. Dianich) explica que cuando se lee a los padres de la Iglesia, como Agustín o Ambrosio, “descubrimos algo nuevo con respecto a la tradición bíblica: la aparición de una escatología griega, fundamentalmente diferente de la judeocristiana”. Esta nueva enseñanza se basaba en “la inmortalidad del alma, en el juicio particular, con la recompensa o el castigo inmediatamente después de la muerte”. Así pues, surgió una cuestión sobre el “estado intermedio”: si el alma sobrevive a la muerte del cuerpo, ¿qué es de ella mientras espera la resurrección del “último día”? He aquí un dilema que los teólogos se han esforzado por resolver.
En el siglo VI E.C., el papa Gregorio I alegó que, al morir, las almas van de inmediato a su lugar de destino. El papa Juan XXII, del siglo XIV, estaba convencido de que los muertos recibirían su recompensa final en el día del Juicio. Sin embargo, el papa Benedicto XII refutó a su predecesor. En la bula papal Benedictus Deus (1336), decretó que “nada más morir, las almas de los difuntos entran en un estado de dicha [el cielo], purificación [el purgatorio] o condenación [el infierno], para volver a unirse con sus cuerpos resucitados al fin del mundo”.
Pese a las controversias y los debates, las iglesias de la cristiandad han mantenido esta postura por siglos, aunque las iglesias protestantes y ortodoxas en general no creen en el purgatorio. Sin embargo, a partir de finales del siglo pasado, una cantidad cada vez mayor de eruditos ha señalado que la doctrina de la inmortalidad del alma no se origina en la Biblia, y en consecuencia, “es común que la teología moderna trate ahora de ver al hombre como una unidad que se disuelve totalmente al morir”. (The Encyclopedia of Religion.) Por esa razón, a los comentaristas de la Biblia les resulta difícil justificar la existencia de un “estado intermedio”. ¿Habla la Biblia de tal estado, o presenta una esperanza distinta?

¿Creía Pablo en un “estado intermedio”?
El Catecismo de la Iglesia Católica dice: “Para resucitar con Cristo, es necesario morir con Cristo, es necesario ‘dejar este cuerpo para ir a morar cerca del Señor’ (2 Co 5, 8). En esta ‘partida’ (Flp 1, 23) que es la muerte, el alma se separa del cuerpo. Se reunirá con su cuerpo el día de la resurrección de los muertos”. Ahora bien, ¿dice Pablo en estos textos que el alma sobrevive a la muerte del cuerpo y entonces espera el “Juicio final” para reunirse con el cuerpo?
En 2 Corintios 5:1 Pablo hace referencia a su muerte y habla de una “casa terrestre” que es “disuelta”. ¿Estaba pensando en el cuerpo una vez que lo abandona el alma inmortal? No. Pablo creía que el hombre es un alma, no que tiene un alma. (Génesis 2:7; 1 Corintios 15:45.) Pablo era un cristiano ungido por espíritu, cuya esperanza, como la de sus hermanos del siglo primero, estaba ‘reservada en los cielos’. (Colosenses 1:5; Romanos 8:14-18.) Por eso ‘deseaba con intenso anhelo’ resucitar para ir al cielo como espíritu inmortal en el momento señalado por Dios. (2 Corintios 5:2-4.) Hablando de esta esperanza, escribió: “Todos seremos cambiados [...] durante la última trompeta. Porque sonará la trompeta, y los muertos serán levantados incorruptibles, y nosotros seremos cambiados”. (1 Corintios 15:51, 52.)
En 2 Corintios 5:8 Pablo dice: “Tenemos buen ánimo y preferiblemente nos place bien ausentarnos del cuerpo y hacer nuestro hogar con el Señor”. Algunos creen que estas palabras hacen referencia a un estado intermedio de espera. Estos aluden también a la promesa que hizo Jesús a sus fieles seguidores de que iba a prepararles un lugar en el que ‘los recibiría en casa a sí mismo’. Pero, ¿cuándo se realizaría esa esperanza? Cristo dijo que sería cuando ‘viniera otra vez’ en su presencia futura. (Juan 14:1-3.) Del mismo modo, Pablo dijo en 2 Corintios 5:1-10 que la esperanza común de los cristianos ungidos era heredar una morada celestial, esperanza que se realizaría, no mediante una supuesta inmortalidad del alma, sino mediante una resurrección durante la presencia de Cristo. (1 Corintios 15:23, 42-44.) El exégeta Charles Masson llega a la conclusión de que 2 Corintios 5:1-10 “puede entenderse bien sin tener que recurrir a la hipótesis de un ‘estado intermedio’”.
En Filipenses 1:21, 23, Pablo dice: “En mi caso el vivir es Cristo, y el morir, ganancia. Estas dos cosas me tienen en premura; pero lo que sí deseo es la liberación y el estar con Cristo, porque esto, de seguro, es mucho mejor”. ¿Hace referencia Pablo en este versículo a un “estado intermedio”? Eso piensan algunas personas. Sin embargo, Pablo dice que le tenían en premura dos posibilidades: la vida o la muerte, y menciona una tercera posibilidad al añadir: “Pero lo que sí deseo es la liberación y el estar con Cristo”. ¿Se refiere a una “liberación” para estar con Cristo inmediatamente después de la muerte? Pues bien, como ya hemos visto, Pablo creía que se resucitaría a los fieles cristianos ungidos durante la presencia de Cristo. Por lo tanto, debe haber estado hablando de los sucesos de ese período.
Esta idea puede apreciarse en las palabras que escribió en Filipenses 3:20, 21 y 1 Tesalonicenses 4:16. Dicha “liberación” durante la presencia de Cristo Jesús haría posible que Pablo recibiera la recompensa que Dios le había preparado. El hecho de que esta era su esperanza se ve en las palabras que escribió al joven Timoteo: “De este tiempo en adelante me está reservada la corona de la justicia, que el Señor, el justo juez, me dará como galardón en aquel día; sin embargo, no solo a mí, sino también a todos los que han amado su manifestación”. (2 Timoteo 4:8.)
La resurrección: una espléndida verdad bíblica
Los primeros cristianos creían que la resurrección comenzaría durante la presencia de Cristo, y esta espléndida verdad bíblica les daba fortaleza y consuelo. (Mateo 24:3; Juan 5:28, 29; 11:24, 25; 1 Corintios 15:19, 20; 1 Tesalonicenses 4:13.) Esperaban fielmente ese gozo futuro y rechazaban enseñanzas apóstatas sobre un alma inmortal. (Hechos 20:28-30; 2 Timoteo 4:3, 4; 2 Pedro 2:1-3.)
Por supuesto, la resurrección no está limitada a los cristianos que tienen la esperanza celestial. (1 Pedro 1:3-5.) Los patriarcas y otros siervos de Dios de la antigüedad tenían fe en que IEVÉ puede hacer que los muertos vuelvan a la vida en la Tierra. (Job 14:14, 15; Daniel 12:2; Lucas 20:37, 38; Hebreos 11:19, 35.) Incluso los miles de millones de personas que en el transcurso de los siglos nunca conocieron a Dios, tienen la oportunidad de regresar a la vida en una tierra paradisíaca, puesto que “va a haber resurrección así de justos como de injustos”. (Hechos 24:15; Lucas 23:42, 43.) ¿No es esta una expectativa emocionante?
En vez de hacernos creer que siempre habrá sufrimiento y muerte, IEVÉ dirige nuestra atención al momento en que “el último enemigo, la muerte”, será eliminado para siempre y los fieles vivirán eternamente en una Tierra que volverá a ser un JARDIN. (1 Corintios 15:26; Juan 3:16; 2 Pedro 3:13.) ¡Qué maravilloso será ver a nuestros seres queridos volver a la vida! ¡Cuánto mejor es esta esperanza segura que la hipotética inmortalidad del alma humana, una doctrina que se basa, no en la Palabra de Dios, sino en la filosofía griega! Si su esperanza se fundamenta en la promesa segura de Dios, usted también puede estar seguro de que pronto “la muerte no será más”. (Revelación 21:3-5.)