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lunes, 22 de febrero de 2016

EL DESARROLLO DE LA GRAN APOSTASÍA SOBRE LAS ENSEÑANZAS DE JESÚS Y SUS APÓSTOLES (CAPITULO 2º )




Véase el capítulo anterior -LO QUE DICE EL ESPÍRITU-

Se desarrolla la gran apostasía

“UN SEÑOR, una fe.” (Efe. 4:5.) Cuando el apóstol Pablo escribió por inspiración esas palabras (cerca de 60-61 E.C.), había una sola fe cristiana. Sin embargo, hoy vemos muchísimas confesiones, sectas y comunidades religiosas que afirman ser cristianas, aunque enseñan doctrinas dispares y sostienen diferentes normas de conducta. ¡Cuánto difiere esto de la única congregación cristiana unida que empezó en el Pentecostés de 33 E.C.! ¿Cómo se produjeron estas divisiones? Para hallar la respuesta, tenemos que regresar al siglo primero de nuestra era común.
Desde el mismo principio, el Adversario, Satanás, trató de silenciar el testimonio de los verdaderos cristianos mediante persecución proveniente de fuera de sus compañeros. (1 Ped. 5:8.) Primero vino de los judíos, y luego, del Imperio romano gentil. Los primeros cristianos aguantaron con éxito toda clase de oposición. (Compárese con Revelación 1:9; 2:3, 19.) Pero el Adversario no se dio por vencido. Si no podía imponerles silencio mediante presión externa, ¿por qué no corromperlos desde el interior? Mientras el verdadero cristianismo estaba todavía en su infancia, su mismísima existencia se vio amenazada por un enemigo interno: la apostasía.
No obstante, la apostasía no se introdujo entre ellos sin que se hubiera anunciado. Como Cabeza de la congregación, Cristo se aseguró de que sus seguidores recibieran advertencia de antemano. (Col. 1:18.)
“Habrá falsos maestros entre ustedes”
“Guárdense —advirtió Jesús— de los falsos profetas que vienen a ustedes en ropa de oveja.” (Mat. 7:15.) Jesús sabía que Satanás trataría de dividir y corromper a Sus seguidores. Por eso, desde los comienzos de su ministerio les previno de que habría falsos maestros.
¿De dónde saldrían estos falsos maestros? “De entre ustedes mismos”, dijo el apóstol Pablo hacia el año 56 E.C. mientras hablaba a los superintendentes de Éfeso. Sí, ciertos hombres de dentro de ellos ‘se levantarían y hablarían cosas aviesas para arrastrar a los discípulos tras de sí’. (Hech. 20:29, 30.) Aquellos apóstatas egoístas no estarían contentos con hacer sus propios discípulos; se esforzarían por “arrastrar a los discípulos”, es decir, a los discípulos de Cristo.
El apóstol Pedro también predijo (cerca de 64 E.C.) que habría corrupción interna, y hasta explicó cómo actuarían los apóstatas. “Habrá falsos maestros entre ustedes. Estos mismísimos introducirán calladamente sectas destructivas [...]. Con codicia los explotarán a ustedes con palabras fingidas.” (2 Ped. 2:1, 3.) Como espías o traidores que operaran en campo enemigo, los falsos maestros, aunque surgirían desde dentro, introducirían sus puntos de vista corruptores de manera secreta o camuflada.
Aquellas advertencias de Jesús y sus apóstoles no carecían de fundamento. La oposición interna empezó en pequeña escala, pero surgió pronto dentro  del verdadero cristianismo.
“Ya está obrando”
Cuando todavía no habían pasado veinte años desde la muerte de Jesús, el apóstol Pablo indicó que los esfuerzos de Satanás por causar división y apartar de la fe verdadera a los hombres ‘ya estaban obrando’. (2 Tes. 2:7.) Para el año 49 E.C. Se señaló lo siguiente en una carta enviada por los apóstoles a los grupos de cristianos reunidos en todos sus lugares geográficos: “Hemos oído que algunos de entre nosotros los han perturbado con discursos, tratando de subvertir sus almas, aunque nosotros no les dimos instrucción alguna”. (Hech. 15:24.) Como se ve, algunos de dentro de estos grupos  expresaban abiertamente su punto de vista opuesto, en este caso obviamente respecto a si los cristianos gentiles tenían que circuncidarse y observar la Ley de Moisés. (Hech. 15:1, 5.)
Mientras avanzaba el siglo primero, el pensamiento divisivo se esparció como gangrena. (Compárese con 2 Timoteo 2:17.) Para el año 51 E.C., en Tesalónica algunos predecían erróneamente que “la presencia” del Señor Jesús era inminente. (2 Tes. 2:1, 2.) Hacia 55 E.C., algunos en Corinto habían rechazado la clara enseñanza cristiana sobre la resurrección de los muertos. (1 Cor. 15:12.) Cerca de 65 E.C., otros decían que la resurrección ya había sucedido, y que se trataba de una resurrección simbólica que experimentaban los cristianos mientras estaban vivos. (2 Tim. 2:16-18.)
No hay registros inspirados de lo que sucedió con la enseñanzas de Jesús  durante los siguientes treinta años. Pero para cuando el apóstol Juan escribió sus cartas (cerca de 98 E.C.), había “muchos anticristos”, personas que negaban que ‘Jesús fuera el Cristo’ y que fuera el Hijo de Dios que había venido “en carne”. (1 Juan 2:18, 22; 4:2, 3.)
Por más de sesenta años los apóstoles habían “obrado como restricción”, esforzándose por impedir el avance de la apostasía. (2 Tes. 2:7; compárese con 2 Juan 9, 10.) Pero cuando la congregación cristiana estaba por entrar en el siglo II, murió el último apóstol, Juan, cerca del año 100 E.C. La apostasía, que había empezado a entrar a hurtadillas en cristianismo original, podía entonces brotar sin restricción, con repercusiones devastadoras en cuestiones de organización y doctrina.
Clero y legos
“Todos ustedes son hermanos —había dicho Jesús a sus discípulos—. Queriendo decir todos son iguales, nadie es superior a otro, Su Caudillo es uno, el Cristo.” (Mat. 23:8, 10.) De modo que no había una clase clerical en los grupos de cristianos originales del siglo primero. Como hermanos de Cristo ungidos por espíritu, todos los cristianos primitivos tenían la perspectiva de ser sacerdotes celestiales con él. (1 Ped. 1:3, 4; 2:5, 9.) Todos los grupos de cristianos originales  (de ahora en adelante llamaremos a estos grupos congregaciones para entenderlo mejor) estaban organizadas con personas espiritualmente fieles, que las supervisaban. Todos ellos tenían igual autoridad y a ninguno se le permitía ‘enseñorearse’ del rebaño que estaba bajo su custodia. (Hech. 20:17; Fili. 1:1; 1 Ped. 5:2, 3.) Sin embargo, a medida que fue revelándose la apostasía, empezó a haber cambios, y rápidamente.
Una de las primeras desviaciones fue separar y cambiar los términos nombrando a unos por encima de otros “superintendente” por “obispo” (gr.: e·pí·sko·pos) y “anciano” por “apóstol” (gr.: pre·sby·té·rous), de modo que ya no se emplearan para referirse al mismo puesto de responsabilidad. No había pasado una década desde la muerte del apóstol Juan, cuando Ignacio, “obispo” de Antioquía, escribió en su carta a los cristianos de Esmirna: “Seguid todos al obispo  [superintendente], como Jesucristo al Padre, y al presbiterio [ancianos] como a los apóstoles”. Así Ignacio abogó por que cada congregación estuviera bajo la supervisión de un solo obispo, o superintendente, a quien se distinguiría de los presbíteros, o ancianos, y reconocería mayor autoridad.
Ahora bien, ¿cómo se produjo esta separación? Augustus Neander, en el libro The History of the Christian Religion and Church, During the Three First Centuries (Historia de la religión y la Iglesia cristianas durante los primeros tres siglos), explica lo que sucedió: “En el siglo II [...], debe haberse creado el puesto permanente de presidente de los presbíteros, a quien se dio el nombre de [e·pí·sko·pos], puesto que él era en especial quien tenía la superintendencia de todo, y así se le distinguió de los demás presbíteros”.
De ese modo se colocó el fundamento para que poco a poco apareciera una clase clerical. Aproximadamente un siglo después, Cipriano, “obispo” de Cartago (en el norte de África), defendió con vigor la autoridad de los obispos como grupo separado de los presbíteros (después conocidos como sacerdotes), los diáconos y los legos. Pero no favorecía la primacía de un obispo sobre los demás.
La ascensión gradual de los obispos y los presbíteros en la jerarquía dejó abajo a los demás creyentes de la congregación. El resultado fue una separación entre el clero (los que llevaban la delantera) y los legos (el cuerpo pasivo de los creyentes). La Cyclopedia de McClintock y Strong explica: “Desde los días de Cipriano [quien murió alrededor de 258 E.C.], el padre del sistema jerárquico, se destacó la distinción entre clero y legos, y en poco tiempo fue aceptada universalmente. De hecho, desde el siglo III el término clerus [...] se aplicó casi exclusivamente al ministerio para distinguirlo de los legos. Al surgir la jerarquía romana, el clero no solo pasó a ser un orden distinto [...], sino que también fue reconocido como el único sacerdocio”.
Así, en un período de unos ciento cincuenta años desde la muerte del último de los apóstoles, dos cambios significativos de organización se produjeron en la congregación: primero, la separación entre el obispo y los presbíteros, que llevó a aquel a ocupar el peldaño superior en la jerarquía; segundo, la separación entre el clero y los legos. En vez de reconocer que todos los creyentes engendrados por el espíritu formaban “un sacerdocio real”, al clero se le reconocía como el único sacerdocio’. (1 Ped. 2:9.)
Cambios de esa índole señalaron una desviación del método bíblico de gobernar las congregaciones en los días apostólicos. Sin embargo, los cambios en la organización no fueron las únicas consecuencias de la apostasía.
Se infiltran enseñanzas paganas
Las enseñanzas puras de Cristo se pusieron por escrito, y se conservan en las Santas Escrituras. Por ejemplo, Jesús enseñó claramente que IEVE es “el único Dios verdadero” y que el alma humana es mortal. (Juan 17:3; Mat. 10:28.) Sin embargo, con la muerte de los apóstoles y el debilitamiento de la estructura de la organización, esas claras enseñanzas se contaminaron al introducirse doctrinas paganas en el cristianismo. ¿Cómo pudo suceder tal cosa?
Un factor clave fue la influencia sutil de la filosofía griega. The New Encyclopædia Britannica explica: “Desde mediados del siglo II d.C., los cristianos que sabían algo de filosofía griega empezaron a pensar que tenían que expresar su fe en los términos de esta, tanto para su satisfacción intelectual como para convertir a los paganos cultos”. Una vez que gente interesada en la filosofía se hizo cristiana, no pasó mucho tiempo antes de que la filosofía griega y el “cristianismo” quedaran inseparablemente ligados.
Como resultado de esta unión, el cristianismo contaminado absorbió doctrinas paganas, como la Trinidad y la inmortalidad del alma. Sin embargo, estas enseñanzas se remontan a un tiempo mucho más antiguo que el de los filósofos griegos. En realidad, los griegos las tomaron prestadas de culturas más antiguas, pues se encuentran muestras de esas enseñanzas en la religión de Egipto y Babilonia.
Al seguir infiltrándose doctrinas paganas en el cristianismo, también se torcieron o abandonaron otras enseñanzas bíblicas.
Se desvanece la esperanza del Reino
Los discípulos de Jesús sabían bien que tenían que mantenerse vigilantes a la espera de la prometida “presencia” de Jesús y la venida de su Reino. Con el tiempo se comprendió que este Reino gobernará sobre la Tierra por mil años y la transformará en un jardín. (Mat. 24:3; 2 Tim. 4:18; Rev. 20:4, 6.) Los escritores cristianos de la Biblia exhortaron a los cristianos del siglo primero a seguir despiertos espiritualmente y mantenerse separados del mundo. (Sant. 1:27; 4:4; 5:7, 8; 1 Ped. 4:7.) Pero tan pronto como murieron los apóstoles, se desvaneció la expectativa cristiana de la presencia de Cristo y la venida de su Reino. ¿Por qué?
Un factor fue la contaminación espiritual que causó la doctrina griega de la inmortalidad del alma. Cuando esta arraigó entre los cristianos, estos abandonaron gradualmente la esperanza milenaria. ¿Por qué? El Diccionario teológico del Nuevo Testamento explica: “En lugar de la escatología [la enseñanza sobre las “últimas cosas”] neo testamentaria con su esperanza en la resurrección de los muertos y de la nueva creación (Ap 21 s), entró la doctrina de la antigüedad tardía sobre la inmortalidad del alma: después de la muerte el alma es sometida al juicio y consigue el paraíso —ahora ya considerado como de ultratumba—”. En otras palabras, los cristianos apóstatas pensaban que el alma sobrevivía al cuerpo tras la muerte y que las bendiciones del Reinado Milenario de Cristo tenían, por lo tanto, que relacionarse con la región o esfera espiritual. De esa manera transfirieron el Paraíso de la Tierra al cielo, al cual, según creían, llegaba el alma salvada al sobrevenir la muerte. Por lo tanto, no había que esperar la presencia de Cristo ni la venida de su Reino, puesto que todos confiaban en unirse a Cristo en el cielo al morir.
Sin embargo, hubo otro factor que hizo que en realidad pareciera innecesario esperar la venida del Reino de Cristo. The New Encyclopædia Britannica explica: “La dilación [aparente] de la Parousía resultó en que se debilitara la expectación marcada con sentido de inminencia en la iglesia primitiva. En este proceso de ‘desescatologizar’ [debilitamiento de la enseñanza sobre las “últimas cosas”], la iglesia institucional reemplazó cada vez más el esperado Reino de Dios. La formación de la Iglesia Católica como institución jerárquica tiene relación directa con la decadencia de la expectación caracterizada por un sentido de inminencia”. (Cursivas mías.) De modo que no solo se transfirieron de la Tierra al cielo las bendiciones del milenio, sino que el Reino fue pasado del cielo a la Tierra. Esta “reubicación” fue completada por Agustín de Hipona (354-430 E.C.). En su famosa obra La Ciudad de Dios (edición en español preparada por José Morán), declaró: “La Iglesia es, pues, ahora el reino de Cristo y el reino de los cielos”.
Mientras tanto, alrededor de 313 E.C., durante el gobierno del emperador romano Constantino, el cristianismo, gran parte del cual había degenerado en ideología apóstata, recibió reconocimiento legal. Los caudillos religiosos estuvieron dispuestos a hacerse siervos del Estado, que al principio controlaba los asuntos religiosos. (No pasaría mucho tiempo antes de que la religión controlara los asuntos del Estado.) Así empezó la cristiandad, parte de la cual (la religión católica) se convirtió con el tiempo en la religión oficial del Estado romano. Desde entonces el “reino” no solo estaba en el mundo, sino que era parte de él. ¡Qué diferente del Reino que predicó Cristo! (Jua18:36.)  

La Reforma, ¿retorno a la adoración verdadera?
Como mala hierba que florecía entre el trigo y lo ahogaba, la Iglesia de Roma, bajo su gobernante papal, dominó los asuntos mundiales por siglos. (Mat. 13:24-30, 37-43.) Cuanto más se integraba en el mundo, más se apartaba del cristianismo primitivo. A través de los siglos, sectas “heréticas” pidieron reformas dentro de la Iglesia, pero esta continuó abusando del poder y acumulando riquezas. Por fin en el siglo XVI, estalló con pleno vigor la Reforma Protestante, una rebelión religiosa.
Reformadores como Martín Lutero (1483-1546), Ulrico Zuinglio (1484-1531) y Juan Calvino (1509-1564) atacaron a la Iglesia en varias cuestiones: Lutero atacó la venta de indulgencias; Zuinglio, el celibato clerical y la mariolatría, y Calvino, la necesidad de que la Iglesia regresara a los principios originales del cristianismo. ¿Qué lograron sus esfuerzos?
Hay que admitir que la Reforma logró algunas cosas buenas, la más notable de las cuales fue que la Biblia se tradujera a las lenguas de la gente común. El espíritu de libertad de la Reforma llevó a una investigación bíblica más objetiva y a una mejor comprensión de los idiomas bíblicos. Sin embargo, la Reforma no supuso un regreso a la adoración y la doctrina verdaderas. ¿Por qué no?
Los efectos de la apostasía habían penetrado profundamente, hasta los cimientos mismos de la cristiandad. Así, aunque varios grupos protestantes se libraron de la autoridad papal de Roma, llevaron consigo algunos de los errores fundamentales de la Iglesia Católica Romana, características que habían resultado de haberse apartado del cristianismo verdadero. Por ejemplo, aunque la administración de las iglesias protestantes varió algo, se conservó la división fundamental de la Iglesia en clase clerical dominante y legos dominados. También se mantuvieron doctrinas antibíblicas, como la Trinidad, el alma inmortal y el tormento eterno después de la muerte. Y, al igual que la Iglesia Romana, las iglesias protestantes siguieron siendo parte del mundo, relacionadas estrechamente con los sistemas políticos y las clases gobernantes.
Mientras tanto, ¿qué les sucedió a las expectativas cristianas en cuanto a la presencia de Jesús y la venida de su Reino? Durante los siglos que siguieron a la Reforma, las iglesias —tanto católicas como protestantes— estuvieron muy enlazadas con el poder seglar y siguieron postergando las expectativas de la venida del Reino de Cristo.
Algunos dan señales de estar alerta
Sin embargo, el clima religioso del siglo XIX produjo brotes de vigilancia cristiana. Como resultado de la investigación bíblica de algunos clérigos y escriturarios, se reexaminaron enseñanzas como el alma inmortal, el tormento eterno después de la muerte, la predestinación y la Trinidad. Además, algunos estudiantes de la Biblia escudriñaban profecías bíblicas relacionadas con los últimos días. Por consiguiente, varios grupos empezaron a pensar seriamente en el regreso prometido del Señor. (Mat. 24:3.)
En Estados Unidos, William Miller predijo que Cristo regresaría visiblemente en 1843 ó 1844. El teólogo alemán J. A. Bengel fijó la fecha de 1836; en Inglaterra, los irvingianos esperaron la venida primero en 1835, y luego en 1838, 1864 y 1866. En Rusia hubo un grupo menonita que en un principio estuvo atento a 1889 y después a 1891.
Aquellos esfuerzos por mantener la vigilancia sirvieron para que muchos percibieran la perspectiva del regreso de nuestro Señor. Sin embargo, estos intentos de vigilancia cristiana terminaron en desilusión. ¿Por qué? Principalmente porque aquellos grupos confiaron demasiado en los hombres y no lo suficiente en las Escrituras. Décadas después, la mayoría de estos grupos habían desaparecido.
Mientras tanto, otros acontecimientos de este período afectaron las esperanzas y expectativas humanas.
Una época de “ilustración” e industrialización
En 1848 Karl Marx y Friedrich Engels publicaron el Manifiesto comunista. En vez de abogar por la religión, a la que Marx llamó “el opio del pueblo”, abogaron por el ateísmo. Aunque aparentemente estaban contra toda religión, en realidad fomentaron la religión o adoración del Estado y sus líderes.
Aproximadamente una década después, en 1859, se publicó la obra de Charles Darwin El origen de las especies, que influyó profundamente en el pensamiento científico y religioso de su tiempo. Las teorías evolutivas llevaron a algunos a poner en duda la veracidad del relato bíblico de la creación y la introducción del pecado debido a la desobediencia de la primera pareja humana. (Gén., caps. 1-3.) El resultado fue que se socavó la fe de muchos en la Biblia.
Mientras tanto, la revolución industrial avanzaba imparable. La agricultura perdió importancia ante la industria y el uso de las máquinas. La invención de la locomotora de vapor (a principios del siglo XIX) llevaría a la expansión de las redes de ferrocarril nacionales. En las postrimerías del siglo XIX se inventó el teléfono (1876), el fonógrafo (1877) y la luz eléctrica (1878-1879), y comenzó el uso de la linotipia para producir líneas de tipo para la impresión (1884).
La humanidad entraba en la época de la historia de mayor progreso en el transporte y la comunicación. Aunque estas ventajas se utilizarían para el progreso del comercio y para fines políticos, también podrían emplearse en el campo religioso. Así se preparó el escenario para la iniciativa modesta de un grupito de estudiantes de la Biblia que tendría efectos de alcance mundial.

Enfatizando todo lo leído:
En las Escrituras Griegas Cristianas, el sustantivo “apostasía” (gr.: a·po·sta·sí·a) tiene el sentido de “deserción, abandono o rebelión”. (Hech. 21:21, nota.) Allí se refiere principalmente a defección religiosa; renuncia o abandono de la adoración verdadera.
En las Escrituras los términos “superintendente” y “anciano” se refieren al mismo puesto. (Hech. 20:17, 28; Tito 1:5, 7.) “Anciano” alude a las cualidades de madurez de la persona nombrada para tal posición, y “superintendente”, a la responsabilidad inherente al nombramiento: velar por los intereses de las personas confiadas a su custodia.
La palabra española “obispo” viene del término griego e·pí·sko·pos (“superintendente”) a través del latín tardío episcopus.
 Al narrar el viaje de vuelta que hicieron Pablo y Bernabé por Listra, Iconio y Antioquía, Hechos 14:23 dice que “les nombraron [gr.: kjei·ro·to·n·san·tes] ancianos en cada congregación” (“designaron presbíteros en cada Iglesia”, BJ; “constituyeron ancianos en cada iglesia”, Val). Respecto al significado del verbo griego kjei·ro·to·né·ō, se hace la siguiente observación en la obra The Acts of the Apostles (de F. F. Bruce, 1970, pág. 286): “Aunque el sentido etimológico de [kjei·ro·to·né·ō] es ‘elegir mostrando las manos’, se llegó a usar con el sentido de ‘designar’, ‘nombrar’: compárese la misma palabra con prefijo [pro, “delante”] en X. 41”. En el Greek-English Lexicon, de Liddell y Scott, en primer lugar se ofrece la definición común de kjei·ro·to·né·ō, y después se dice: “Posteriormente, por lo general, significó nombrar,  [...] nombrar a un puesto en la iglesia” (revisión de H. Jones, Oxford, 1968, pág. 1986). Así mismo, el Greek and English Lexicon to the New Testament (Londres, 1845, pág. 673), de Parkhurst, dice: “Seguido de un complemento directo, nombrar o instaurar en un cargo, aunque sin mediar sufragios o votos”. El cargo para el que se nombraba a estos cristianos era el de “anciano” u “hombre mayor”, sin que mediase un recuento de votos a mano alzada.
Con el tiempo se pensó que el obispo de Roma, que afirmaba ser sucesor de Pedro, era el obispo supremo y papa.
Uno de los primeros obispos de Roma que impuso su autoridad fue el papa León I (papa: 440-461 E.C.). Michael Walsh sigue explicando: “León tomó para sí el título de Pontifex Maximus, que era un título pagano que llevaron los emperadores romanos hasta cerca del fin del siglo IV y que todavía usan los papas hoy”. León I basó sus acciones en la interpretación católica de las palabras de Jesús en Mateo 16:18, 19. (Véase la página 268.) León I “declaró que porque San Pedro era el primero entre los Apóstoles, la iglesia de San Pedro debería recibir primacía entre las iglesias” (Man’s Religions [Las religiones del hombre]). Por este acto León I manifestó claramente que mientras el emperador tenía poder temporal en Constantinopla, en Oriente, él ejercía poder espiritual desde Roma en Occidente. Este poder se ilustró también cuando el papa León III coronó emperador del Santo Imperio Romano a Carlomagno en 800 E.C.
  Desde 1929 los gobiernos seglares han visto al papa de Roma como gobernante de un estado soberano distinto de los demás, el de Ciudad del Vaticano. Así pues, la Iglesia Católica Romana, como ninguna otra organización religiosa, puede enviar representantes diplomáticos, nuncios, a los gobiernos del mundo. (Juan 18:36.) Se honra al papa con muchos títulos, algunos de los cuales son: Vicario de Jesucristo, Sucesor de San Pedro, Sumo Pontífice o Rector de la Iglesia Universal, Patriarca de Occidente, Primado de Italia, Soberano de la Ciudad del Vaticano. Lo transportan con pompa y ceremonia. Se le dan los honores de un cabeza de estado. Por contraste, note cómo reaccionó Pedro —supuestamente el primer papa y obispo de Roma— cuando el centurión romano Cornelio cayó a sus pies para rendirle homenaje: “Pedro lo alzó, y dijo: ‘Levántate; yo mismo también soy hombre’”. (Hechos 10:25, 26; Mateo 23:8-12.)

(Es interesante la observación del Dr. Neander: “Se llegó a la falsa conclusión de que así como en el Antiguo Testamento había habido un sacerdocio visible unido a una clase particular de hombres, debería ocurrir lo mismo en el Nuevo [Testamento] [...] La errónea comparación del sacerdocio cristiano con el judío fomentó también la elevación del episcopado sobre el puesto de los presbíteros” (The History of the Christian Religion and Church [Historia de la religión y la Iglesia cristianas], traducido al inglés por Henry John Rose, segunda edición, Nueva York, 1848, página 111).
Esta creencia supone erróneamente que todos los cristianos van al cielo cuando mueren. Sin embargo, la Biblia enseña que solo se llama a 144.000 personas para que gobiernen con Cristo en el cielo. (Rev. 7:4-8; 20:4-6.) Muchísimas otras pueden tener la esperanza de vivir eternamente en una Tierra convertida en un jardín bajo el Reino de Cristo. (Mat. 6:10; Rev. 7:9, 15.)
En esta publicación, el término “cristiandad” se refiere al cristianismo nominal, a diferencia del cristianismo verdadero de la Biblia.

Mientras todavía estaba en su infancia, la congregación cristiana se vio amenazada por la apostasía.

La oposición interna empezó en pequeña escala.

Los apóstatas no solo transfirieron las bendiciones del milenio de la Tierra al cielo, sino que pasaron el Reino del cielo a la Tierra.

Platón y el “cristianismo”

  El filósofo griego Platón (nacido alrededor de 428 a.E.C.) no se imaginó jamás que con el tiempo sus enseñanzas penetrarían en el cristianismo apóstata. Las principales contribuciones de Platón al “cristianismo” tuvieron que ver con las enseñanzas de la Trinidad y la inmortalidad del alma.
  Las ideas de Platón acerca de Dios y la naturaleza influyeron en la doctrina trinitaria de la cristiandad. El “Nouveau Dictionnaire Universel” Tomo 2,página 1467, explica: “La trinidad de Platón, en sí meramente un nuevo arreglo de trinidades más antiguas que se remontan hasta pueblos más primitivos, parece ser la trinidad racional de atributos de índole filosófica que dio origen a las tres hipóstasis o personas divinas respecto a las cuales enseñan las iglesias cristianas. [...] El concepto de la divina trinidad que tuvo este filósofo griego [...] puede encontrarse en toda religión antigua [del paganismo]”.
  En cuanto a la doctrina del alma inmortal, la “New Catholic Encyclopedia” dice: “El concepto cristiano de un alma espiritual creada por Dios e infundida en el cuerpo al tiempo de la concepción para hacer al hombre un conjunto viviente es el fruto de un largo desarrollo en la filosofía cristiana. Solo con Orígenes [murió cerca de 254 E.C.] en Oriente y san Agustín [murió en 430 E.C.] en Occidente quedó establecida el alma como sustancia espiritual y se formó un concepto filosófico sobre su naturaleza. [...] Su doctrina [la de Agustín] [...] debió mucho (incluso algunos defectos) al neoplatonismo”. Tomo XIII, páginas 452, 454.


Cipriano, “obispo” de Cartago, opinaba que los obispos eran una clase separada de los presbíteros, los diáconos y los legos.

 “La Iglesia es, pues, ahora el reino de Cristo y el reino de los cielos”  (Agustín de Hipona)


A continuación, Reformadores que atacaron a la Iglesia en varias cuestiones.
Martín Lutero


Juan Calvino
Ulrico Zuinglio



El “Manifiesto comunista”, de Karl Marx, en realidad fomentó la adoración del Estado. 


La obra “El origen de las especies”, de Charles Darwin, influyó
profundamente en el pensamiento científico y religioso de su tiempo.