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lunes, 26 de noviembre de 2012

HIJO(S) DE DIOS



La expresión “Hijo de Dios” identifica principalmente a Cristo Jesús, aunque también reciben este apelativo los espíritus inteligentes creados por Dios, Adán antes de pecar y los seres humanos con quienes Dios ha mantenido una relación basada en un pacto.
“Hijos del Dios verdadero.” La primera vez que en la Biblia se menciona a los “hijos del Dios verdadero” es en Génesis 6:2-4, donde se dice que antes del diluvio universal, “empezaron a fijarse en las hijas de los hombres, que ellas eran bien parecidas; y se pusieron a tomar esposas para sí, a saber, todas las que escogieron”.
Muchos comentaristas sostienen que estos ‘hijos de Dios’ eran descendientes varones de Set. Se basan en la premisa de que el fiel Noé procedía de la línea de Set, mientras que los demás linajes que descendieron de Adán —el de Caín y los de sus otros hijos (Gé 5:3, 4.)— perecieron en el Diluvio. Por ello alegan que el que los “hijos del Dios verdadero” tomaran por esposas a “las hijas de los hombres” quiere decir que hubo uniones matrimoniales entre los setitas y las descendientes del malvado Caín.
No hay nada, sin embargo, que muestre que en aquel tiempo Dios hiciera tal distinción entre los linajes. El resto de las Escrituras no confirma esta conclusión, a saber, que las dos líneas hicieran enlaces maritales de los que nacieron los “poderosos” de que habla el versículo 4. Si bien es cierto que la fórmula “hijos de los hombres [o “de la humanidad”]” (que los defensores de la postura antes indicada contrastan con el apelativo ‘hijos de Dios’) se suele emplear de manera peyorativa, no siempre es así. (Compárese con Sl 4:2; 57:4; Pr 8:22, 30, 31; Jer 32:18, 19; Da 10:16.)
Hijos angélicos de Dios. Por otra parte, hay una explicación que cuenta con el refrendo de otros textos bíblicos. La expresión “hijos del Dios verdadero” aparece también en Job 1:6, donde obviamente se refiere a los hijos celestiales de Dios reunidos ante Su presencia, entre los que apareció Satanás, que venía de “discurrir por la tierra y de andar por ella”. (Job 1:7; véase también 2:1, 2.) Asimismo, no cabe duda de que los “hijos de Dios” que ‘gritaron en aplauso’ cuando Él ‘colocó la piedra angular’ de la Tierra (Job 38:4-7) eran hijos angélicos y no descendientes de Adán (que aún no había sido creado). Del mismo modo, es evidente que los “hijos de Dios” mencionados en el Salmo 89:6 también son criaturas celestiales, no humanos.
Los partidarios de la interpretación citada con anterioridad cuestionan que los “hijos del Dios verdadero” de Génesis 6:2-4 sean criaturas angélicas, pues objetan que el contexto se refiere exclusivamente a la maldad humana. Sin embargo, no es una objeción válida, pues la interferencia malévola de espíritus en los asuntos del hombre podría contribuir o potenciar el aumento de la iniquidad humana. Aunque estos seres no se materializaron cuando Jesucristo estuvo en la Tierra, fueron responsables de conducta humana sumamente degradada. Es lógico que Génesis mencione la interferencia de algunos hijos angélicos de Dios en los asuntos humanos, ya que da cuenta a buen grado de la gravedad de la situación existente en la Tierra antes del Diluvio.
El apóstol Pedro lo corrobora, pues hace referencia a “los espíritus en prisión, que en un tiempo habían sido desobedientes cuando la paciencia de Dios estaba esperando en los días de Noé” (1Pe 3:19, 20), así como a los “ángeles que pecaron”, a los que menciona en conexión con el “mundo antiguo” del tiempo de Noé. (2Pe 2:4, 5.) Judas también hace referencia a “los ángeles que no guardaron su posición original, sino que abandonaron su propio y debido lugar de habitación”. (Jud 6.) Si se niega que los “hijos del Dios verdadero” de Génesis 6:2-4 eran espíritus, estas palabras de los escritores cristianos se convierten en un enigma, pues no se explica ni cómo se concretó la desobediencia angélica ni la relación con los días de Noé.
En ciertas ocasiones hubo ángeles que materializaron cuerpos humanos y que hasta comieron y bebieron con hombres. (Gé 18:1-22; 19:1-3.) La declaración de Jesús de que los resucitados no se casan ni se dan en matrimonio, sino que son como los “ángeles en el cielo”, muestra que entre tales criaturas celestiales no existe el matrimonio, pues no son seres sexuados. (Mt 22:30.) Ahora bien, de esto no se infiere que no pudieran materializar cuerpos humanos y formar vínculos matrimoniales con mujeres. Cabe notar que la referencia de Judas a los ángeles que no guardaron su posición original y abandonaron su “propio y debido lugar de habitación” (refiriéndose claramente al abandono del ámbito de los espíritus) precede de manera inmediata a las palabras: “Así también Sodoma y Gomorra y las ciudades circunvecinas —después que ellas de la misma manera como los anteriores hubieron cometido fornicación con exceso, e ido en pos de carne para uso contranatural— son puestas delante de nosotros como ejemplo amonestador”. (Jud 6, 7.) Por lo tanto, las pruebas bíblicas señalan de manera contundente a que en los días de Noé algunos ángeles se descarriaron y cometieron actos contrarios a su naturaleza de espíritus. Por consiguiente, no parece que haya razones válidas para cuestionar que los ‘hijos de Dios’ de Génesis 6:2-4 fuesen ángeles.
El primer hijo humano y sus descendientes. Como IEVE lo había creado, Adán era el primer “hijo de Dios” humano. (Gé 2:7; Lu 3:38.) Cuando se le echó de Edén, el santuario de Dios, y se le condenó a muerte por ser pecador voluntario, Dios le repudió, de modo que perdió la relación filial con su Padre celestial. (Gé 3:17-24.)
Sus descendientes tenían tendencias pecaminosas congénitas. Como habían nacido de alguien a quien Dios había rechazado, no podían alegar que eran hijos de Dios por nacimiento. Juan 1:12, 13 demuestra este hecho al mencionar que los que han recibido a Cristo Jesús y ejercido fe en su nombre han recibido la “autoridad de llegar a ser hijos de Dios, [...] [naciendo], no de sangre, ni de voluntad carnal, ni de voluntad de varón, sino de Dios”. Por ello, la condición de hijos de Dios no se debe ver como algo que los descendientes de Adán reciben de manera connatural. Este y otros textos muestran que desde que Adán pecó se necesita un reconocimiento especial de Dios para que el hombre pueda ser llamado “hijo” Suyo. Esto se ilustra en Su relación con Israel.
“Israel es mi hijo.” Cuando IEVE se dirigió a Faraón, que se creía divino e hijo del dios Ra, se refirió a Israel como “mi hijo, mi primogénito”, y le dijo al déspota egipcio: “Envía a mi hijo para que me sirva”. (Éx 4:22, 23.) Por consiguiente, Dios veía a la entera nación de Israel como su “hijo” debido a que era su pueblo escogido, una “propiedad especial, de entre todos los pueblos”. (Dt 14:1, 2.) Puesto que IEVE es la Fuente de la vida y, más concretamente, puesto que produjo este pueblo en consonancia con el pacto abrahámico, se dice que es su “Creador”, su “Formador” y su “Padre”, de modo que al pueblo se le podía llamar por Su nombre. (Compárese con Sl 95:6, 7; 100:3; Isa 43:1-7, 15; 45:11, 12, 18, 19; 63:16.) Les había ‘ayudado aun desde el vientre’, refiriéndose al comienzo de su desarrollo como pueblo, y los había ‘formado’ mediante su relación con ellos y el pacto de la Ley, dando forma a las características y estructura de la nación. (Isa 44:1, 2, 21; compárese con las expresiones de Dios dirigidas a Jerusalén según se registran en Eze 16:1-14; también con las expresiones de Pablo en Gál 4:19 y 1Te 2:11, 12.) IEVE los protegió, llevó, corrigió y mantuvo como un padre a un hijo. (Dt 1:30, 31; 8:5-9; compárese con Isa 49:14, 15.) La nación debería haber glorificado a su padre tal como haría un “hijo”. (Isa 43:21; Mal 1:6.) No hacerlo sería negar su condición de hijos. (Dt 32:4-6, 18-20; Isa 1:2, 3; 30:1, 2, 9.) Algunos israelitas actuaron de manera vergonzosa y se les llamó ‘hijos de belial’ (traducción literal de la expresión hebrea que se traduce “hombres que no sirven para nada” en Dt 13:13 y en otros textos; compárese con 2Co 6:15). Se convirtieron en “hijos renegados”. (Jer 3:14, 22; compárese con 4:22.)
Dios trató a los israelitas como a hijos en sentido nacional debido a su relación de pacto con Él, como se desprende de que Dios se proclame no solo su “Hacedor”, sino también su “Recomprador” y, lo que es más, su “dueño marital”, expresión que coloca a Israel en una relación de esposa de Dios. (Isa 54:5, 6; compárese con Isa 63:8; Jer 3:14.) Probablemente debido a que los israelitas estaban en relación de pacto con Dios y a que reconocían que Él había formado la nación, se dirigían a Él como “nuestro Padre”. (Isa 63:16-19; compárese con Jer 3:18-20; Os 1:10, 11.)
La tribu de Efraín fue la más importante del reino norteño de diez tribus, y su nombre a menudo representaba al reino entero. Debido a que IEVE escogió a Efraín en lugar de Manasés —el verdadero primogénito de José— para que recibiese de su abuelo Jacob la bendición que le correspondía al primogénito, IEVE pudo llamar a la tribu de Efraín “mi primogénito”. (Jer 31:9, 20; Os 11:1-8, 12; compárese con Gé 48:13-20.)
Israelitas individuales llamados ‘hijos’. Dios también llamó ‘hijos’ a ciertos israelitas en un sentido especial. En el Salmo 2, que Hechos 4:24-26 atribuye a David, es evidente que cuando el escritor habla del “hijo” de Dios, se refiere a sí mismo. (Sl 2:1, 2, 7-12.) Ese salmo se cumplió posteriormente en Cristo Jesús, como se desprende del contexto de Hechos. Como otros versículos del salmo muestran que Dios no se dirigía a un recién nacido, sino a un hombre adulto, al decir: “Tú eres mi hijo; yo, hoy, yo he llegado a ser tu padre”, es obvio que David adquirió la condición de hijo como resultado de la selección divina para la gobernación real y por la manera paternal como Dios le trató. (Compárese con Sl 89:3, 19-27.) De manera similar, IEVE dijo de Salomón, el hijo de David: “Yo mismo llegaré a ser su padre, y él mismo llegará a ser mi hijo”. (2Sa 7:12-14; 1Cr 22:10; 28:6.)
Se puede perder la condición de hijo. Cuando Jesús estaba en la Tierra, los judíos aún afirmaban que Dios era su “Padre”. No obstante, Jesús dijo sin rodeos a algunos opositores que procedían “de su padre el Diablo”, pues escuchaban y hacían la voluntad y las obras del adversario de Dios, y, por consiguiente, mostraban que ‘no procedían de Dios’. (Jn 8:41, 44, 47.) Esto vuelve a corroborar que el hecho de que un descendiente de Adán disfrute de la condición de hijo de Dios no depende del linaje, sino de que IEVE ponga la base para tener esa relación espiritual con Él, relación que exige que los “hijos” cumplan con su parte, de manera que manifiesten las cualidades de Dios, obedezcan su voluntad y sirvan fielmente a favor de Su propósito e intereses.
Hijos cristianos de Dios. Como manifiesta Juan 1:11, 12, solo algunos de la nación de Israel, los que ejercieron fe en Cristo Jesús, recibieron la “autoridad de llegar a ser hijos de Dios”. El sacrificio de rescate de Cristo permitió que este “resto” judío (Ro 9:27; 11:5) dejara de estar bajo el pacto de la Ley, que, aunque era bueno y perfecto, los condenaba como pecadores, como esclavos bajo la custodia del pecado. De manera que Cristo los libertó para que pudieran recibir “la adopción de hijos” y llegar a ser ‘herederos gracias a Dios’. (Gál 4:1-7; compárese con Gál 3:19-26.)
Las personas de las naciones que antes estaban “sin Dios en el mundo” (Ef 2:12) también se reconciliaron con Él al ejercer fe en Cristo, y de este modo entraron en una relación de hijos. (Ro 9:8, 25, 26; Gál 3:26-29.)
Al igual que Israel, estos cristianos forman un pueblo que está bajo un pacto, pues se les introduce en el “nuevo pacto” validado por la aplicación de la sangre derramada de Cristo. (Lu 22:20; Heb 9:15.) Sin embargo, Dios mantiene una relación individual con los cristianos al aceptarlos en este pacto. Debido a que escuchan las buenas nuevas y ejercen fe, se les llama para que sean coherederos con el Hijo de Dios (Ro 8:17; Heb 3:1), Dios los ‘declara justos’ sobre la base de su fe en el rescate (Ro 5:1, 2) y, por consiguiente, ‘se les produce por la palabra de la verdad’ (Snt 1:18), de manera que ‘nacen de nuevo’ como cristianos bautizados, ungidos o engendrados por el espíritu de Dios como sus hijos, con la perspectiva de disfrutar de vida espiritual en los cielos. (Jn 3:3; 1Pe 1:3, 4.) Ellos han recibido, no un espíritu de esclavitud, tal como el que resultó de la transgresión de Adán, sino un “espíritu de adopción como hijos, espíritu por el cual clamamos: ‘¡Abba, Padre!’”. El término “Abba” es un tratamiento íntimo y cariñoso. (Ro 8:14-17. Gracias a la superioridad del papel de Cristo como mediador y a su sacerdocio, así como a la bondad inmerecida que Dios expresa por medio de aquel, la condición de hijos de estos cristianos ungidos por espíritu es una relación con Dios más íntima que la del Israel carnal. (Heb 4:14-16; 7:19-25; 12:18-24.)
Cómo mantener la condición de hijos. Su “nuevo nacimiento” a esta esperanza viva (1Pe 1:3) no garantiza de por sí que continuarán en esta condición de hijos. Deben ser “conducidos por el espíritu de Dios”, no por su propia carne pecaminosa, y tienen que estar dispuestos a sufrir como Cristo. (Ro 8:12-14, 17.) Han de ser también “imitadores de Dios, como hijos amados” (Ef 5:1), de manera que reflejen las cualidades divinas —paz, amor, misericordia, bondad (Mt 5:9, 44, 45; Lu 6:35, 36)—, muestren que son “sin culpa e inocentes” de la maldad de la “generación torcida y aviesa” que los rodea (Flp 2:15), se purifiquen de las prácticas injustas (1Jn 3:1-4, 9, 10), obedezcan los mandamientos de Dios y acepten su disciplina. (1Jn 5:1-3; Heb 12:5-7.)
Plena adopción como hijos. Aunque se les llama para ser hijos de Dios, mientras están en la carne solo tienen una “prenda de lo que ha de venir”. (2Co 1:22; 5:1-5; Ef 1:5, 13, 14.) Por esta razón, pese a que el apóstol hablaba de sí y de sus compañeros cristianos como “hijos de Dios”, podía decir: “Nosotros mismos los que tenemos las primicias, a saber, el espíritu, sí, nosotros mismos gemimos en nuestro interior, mientras aguardamos con intenso anhelo la adopción como hijos, el ser puestos en libertad de nuestros cuerpos por rescate”. (Ro 8:14, 23.) Por consiguiente, después de vencer al mundo por su fidelidad hasta la muerte, por fin reciben la plena adopción como hijos y resucitan como hijos celestiales de Dios y “hermanos” del Principal Hijo de Dios, Cristo Jesús. (Heb 2:10-17; Rev 21:7; compárese con Rev 2:7, 11, 26, 27; 3:12, 21.)
Los que han recibido el llamamiento celestial saben que son hijos espirituales de Dios porque el ‘espíritu mismo [de Dios] da testimonio con su espíritu de que son hijos de Dios’. (Ro 8:16.) Esto debe significar que su espíritu actúa como una fuerza impelente que los mueve a responder de manera positiva tanto a las expresiones del espíritu de Dios que hay en su Palabra inspirada y que tienen que ver con esa esperanza celestial, como a la relación que Dios mantiene con ellos mediante Su espíritu. Por lo tanto, están seguros de que son en realidad hijos y herederos espirituales de Dios.
Gloriosa libertad de los hijos de Dios. El apóstol habla de la “gloria que va a ser revelada en nosotros” y también de la “expectación anhelante de la creación [que] aguarda la revelación de los hijos de Dios”. (Ro 8:18, 19.) Como la gloria de estos hijos es celestial, es patente que tal “revelación” de su gloria tiene que ir precedida de su resurrección a la vida celestial. (Compárese con Ro 8:23.) Sin embargo, en 2 Tesalonicenses 1:6-10 se indica que esto no es lo implicado, pues habla de la “revelación del Señor Jesús”, que traerá castigo judicial sobre los que han recibido el juicio adverso de Dios “al tiempo en que él viene para ser glorificado con relación a sus santos”.
Como Pablo dice que “la creación” espera esta revelación, y entonces “será libertada de la esclavitud a la corrupción y tendrá la gloriosa libertad de los hijos de Dios”, es evidente que aparte de estos “hijos de Dios” celestiales, hay otros que se benefician de la revelación de ellos en gloria. (Ro 8:19-23.) El término griego que se traduce “creación” puede referirse a cualquier criatura, humana o animal, o a la creación en general. No obstante, Pablo indica que esta “creación” está en “expectación anhelante”, y menciona que, pese a haber sido “sujetada a futilidad, [aunque] no de su propia voluntad”, ‘aguarda’ el tiempo en que será “libertada de la esclavitud a la corrupción [con el fin de tener] la gloriosa libertad de los hijos de Dios”, y mientras tanto ‘gime juntamente’ tal como hacen los “hijos” cristianos dentro de sí mismos. Todas estas acciones muestran de manera concluyente que se refiere a la creación o familia humana, no a la creación en general: los animales, la vegetación y otras creaciones animadas e inanimadas. (Compárese con Col 1:23.) Por consiguiente, esto tiene que significar que la revelación de los hijos de Dios en gloria abre el camino para que otros miembros de la familia humana entren en una relación con Dios como hijos verdaderos y disfruten de la libertad que acompaña a tal relación.
En vista de que Cristo es el prometido “Padre Eterno” (Isa 9:6) y de que los “hijos [cristianos] de Dios” llegan a ser sus “hermanos” (Ro 8:29), se desprende que ha de haber otros miembros de la familia humana que consigan la vida por medio de Cristo Jesús y que sean, no sus coherederos y reyes asociados y sacerdotes, sino sus súbditos en el Reino. (Compárese con Mt 25:34-40; Heb 2:10-12; Rev 5:9, 10; 7:9, 10, 14-17; 20:4-9; 21:1-4.)
Puede notarse también que Santiago (1:18) llama a estos “hijos de Dios” ungidos por espíritu “ciertas primicias” de las criaturas de Dios, una expresión similar a la utilizada con referencia a los “ciento cuarenta y cuatro mil” que son “comprados de entre la humanidad”, según se dice en Revelación 14:1-4. La palabra “primicias” implica que después vienen otros frutos, de modo que la “creación” de Romanos 8:19-22 se refiere lógicamente a tales ‘frutos posteriores’ o ‘secundarios’ de la humanidad, a quienes se les otorga finalmente la condición de hijos en la familia universal de Dios debido a su fe en Cristo Jesús.
Cuando Jesús habló del futuro “sistema de cosas” y de la “resurrección de entre los muertos” a la vida en ese sistema, dijo que estos llegan a ser “hijos de Dios por ser hijos de la resurrección”. (Lu 20:34-36.)
De toda la información que se ha examinado se desprende que se puede ser ‘hijo’ de Dios en diversos sentidos. Por tanto, para determinar qué abarca dicha expresión en cada caso y la naturaleza exacta de esa relación filial hay que tomar en cuenta el contexto.
Cristo Jesús, el Hijo de Dios. El evangelio de Juan pone de relieve particularmente la existencia prehumana de Jesús como “la Palabra”, y explica que “la Palabra vino a ser carne y residió entre nosotros, y tuvimos una vista de su gloria, gloria como la que pertenece a un hijo unigénito de parte de un padre”. (Jn 1:1-3, 14.) Las propias declaraciones de Jesús muestran que su condición de hijo era anterior a su nacimiento como hombre; por ejemplo, en una ocasión Jesús dijo: “Cuantas cosas he visto con mi Padre las hablo” (Jn 8:38, 42; compárese con Jn 17:5, 24); también lo muestra el claro testimonio de los apóstoles inspirados. (Ro 8:3; Gál 4:4; 1Jn 4:9-11, 14.)
“Unigénito.” Algunos comentaristas cuestionan la traducción de la palabra griega mo·no·gue·nḗs por “unigénito”. Dicen que la última parte de la palabra (gue·nḗs) no se deriva de guen·ná·ō (engendrar), sino de gué·nos (clase), por lo que el término se refiere al ‘único de una clase o género’. Debido a ello varias traducciones dicen que Jesucristo es el “Hijo único” o “único Hijo” (BI, BJ, NBE, NVI, RH), más bien que el “hijo unigénito” de Dios. (Jn 1:14; 3:16, 18; 1Jn 4:9.) Sin embargo, aunque los componentes de la palabra no tengan que ver con la idea de nacimiento, el uso del término implica, sin lugar a dudas, la idea de descendencia o nacimiento, pues la palabra griega gué·nos significa “linaje; parentesco; prole; raza”. Se traduce “raza” en 1 Pedro 2:9. La Vulgata latina de Jerónimo traduce mo·no·gue·nḗs por unigenitus. Muchos lexicógrafos reconocen esta relación del término con nacimiento o descendencia.
La obra Greek and English Lexicon of the New Testament (de Edward Robinson, 1885, pág. 471) define mo·no·gue·nḗs como “único nacido, unigénito, i. e.: hijo único”. El Greek-English Lexicon to the New Testament (de W. Hickie, 1956, pág. 123) también da: “unigénito”. El Theological Dictionary of the New Testament dice: “Μονο- [mo·no-] no denota la fuente, sino la naturaleza de la derivación. Así, μονογενής [mo·no·gue·nés] significa ‘de nacimiento único’, i. e.: sin hermanos o hermanas. Esto nos da la idea de unigénito. La ref[erencia] es al hijo único de unos padres, primordialmente en relación con ellos. [...] No obstante, la palabra también puede utilizarse en un sentido más general sin ref[erencia] a derivación con el significado de ‘único’, ‘sin par’, ‘incomparable’, aunque no deberían confundirse las ref[erencias] a clase o especie y a manera” (edición de G. Kittel, traducción al inglés y edición de G. Bromiley, 1969, vol. 4, pág. 738).
Con respecto al uso del término en las Escrituras Griegas Cristianas o “Nuevo Testamento”, esta última obra dice: “Significa ‘unigénito’. [...] En [Juan] 3:16, 18; 1 Jn. 4:9; [Juan] 1:18, la relación de Jesús no solo se compara a la de un hijo único con respecto a su padre. Es la relación del unigénito con respecto al Padre. [...] En Jn. 1:14, 18; 3:16, 18; 1 Jn. 4:9 μονογενής denota más que la singularidad o excelencia de Jesús. En todos estos versículos se le llama expresamente el Hijo, y así se le considera en 1:14. En Jn. μονογενής denota el origen de Jesús. Él es μονογενής en cuanto es el unigénito” (págs. 739-741).
En vista de estos comentarios y de las pruebas procedentes de las Escrituras, no hay razón para cuestionar las traducciones que muestran que Jesús no solo es el único o incomparable Hijo de Dios, sino su “Hijo unigénito”, descendiente de Dios en el sentido de que Él le ha creado. Confirman esta idea las referencias apostólicas al Hijo como “el primogénito de toda la creación” y “Aquel que nació de Dios”. (Col 1:15; 1Jn 5:18.) De hecho, Jesús mismo declara que es “el principio de la creación por Dios”. (Rev 3:14.)
Jesús, que se llamaba “la Palabra” antes de ser hombre, es el hijo “primogénito” de Dios (Col 1:15) por ser su primera creación. (Jn 1:1.) La voz “principio” que aparece en Juan 1:1 no puede referirse al “principio” de Dios el Creador, pues Él no tiene principio, es eterno. (Sl 90:2.) Debe referirse, pues, al principio de la creación, cuando Dios produjo a la Palabra como su Hijo primogénito. El término “principio” se usa de manera similar en muchos otros textos con referencia al comienzo de un período, carrera o proceder, como el “principio” de la carrera cristiana de aquellos a quienes Juan escribió su primera carta (1Jn 2:7; 3:11), el “principio” del proceder rebelde de Satanás (1Jn 3:8) o el “principio” de la desviación de Judas de la justicia. (Jn 6:64. Jesús es el “Hijo unigénito” (Jn 3:16) en el sentido de que es el único de los hijos de Dios, celestiales o humanos, creado exclusivamente por Dios, pues a todos los demás se les creó a través o “por medio de” ese Hijo primogénito. (Col 1:16, 17;
Engendrado por espíritu, vuelve a ser hijo celestial. Cuando Jesús nació como hombre, mantuvo la condición de Hijo de Dios de que disfrutaba en su existencia pre humana. Su nacimiento no fue el fruto de una concepción por simiente o esperma humano de ningún descendiente de Adán, sino que se debió a la acción del espíritu santo de Dios. (Mt 1:20, 25; Lu 1:30-35; compárese con Mt 22:42-45.) Jesús confesó que era hijo de Dios a la edad de doce años, cuando dijo a sus padres terrestres: “¿No sabían que tengo que estar en la casa de mi Padre?”. Ellos no captaron el sentido de estas palabras, pues quizás pensaron que llamaba a Dios “Padre” como lo hacían los israelitas en general, como ya se ha visto. (Lu 2:48-50.)
Sin embargo, cuando Juan el Bautista lo bautizó unos treinta años después de nacer como hombre, el espíritu santo vino sobre Jesús y Dios le dijo: “Tú eres mi Hijo, el amado; yo te he aprobado”. (Lu 3:21-23; Mt 3:16, 17.) Jesús, en tanto hombre, ‘nació de nuevo’ para ser a partir de entonces un Hijo espiritual con la esperanza de volver a la vida celestial, y fue ungido con espíritu para ser el rey y sumo sacerdote nombrado por Dios. (Jn 3:3-6; compárese con 17:4, 5.
De un modo parecido se expresó Dios en la transfiguración en el monte, cuando se mostró a Jesús en la gloria del Reino. (Compárese con Mt 16:28 y 17:1-5.) Con respecto a la resurrección de Jesucristo de entre los muertos, Pablo aplicó parte del Salmo segundo a aquella ocasión, citando las palabras de Dios: “Tú eres mi hijo; yo, hoy, yo he llegado a ser tu padre”, y también aplicó las palabras del pacto de Dios con David, a saber: “Yo mismo llegaré a ser su padre, y él mismo llegará a ser mi hijo”. (Sl 2:7; 2Sa 7:14; Hch 13:33; Heb 1:5; compárese con Heb 5:5.) Por su resurrección de entre los muertos a vida de espíritu Jesús fue “declarado Hijo de Dios” (Ro 1:4), “declarado justo en espíritu”. (1Ti 3:16.)
Por tanto, se ve que tal como David, un hombre adulto, podía ‘llegar a ser hijo de Dios’ en un sentido especial, así también Cristo Jesús ‘llegó a ser Hijo de Dios’ de una manera especial cuando fue bautizado y cuando fue resucitado, y seguramente también cuando entró en la gloria completa del Reino.
Acusación falsa de blasfemia. Debido a que Jesús varias veces llamó a Dios su Padre, ciertos judíos opuestos lo acusaron de blasfemia, diciendo: “Tú, aunque eres hombre, te haces a ti mismo un dios”. (Jn 10:33.) La mayor parte de las traducciones leen aquí “Dios”. Sin embargo, la versión de Besson y la traducción al inglés de Charles Cutler Torrey escriben la palabra en minúscula (“dios”), mientras que The Emphatic Diaglott ofrece la lectura interlineal “un dios”. La base principal para traducir “un dios” se halla en la propia respuesta de Jesús, en la que citó del Salmo 82:1-7. Como puede verse, este texto no se refería a que hubiera personas a las que se llamara “Dios”, sino “dioses” e “hijos del Altísimo”.
Según el contexto, aquellos a quienes IEVE llamó “dioses” e “hijos del Altísimo” en este salmo eran jueces israelitas que habían obrado de manera injusta, lo que hizo que el propio IEVE tuviera que juzgar ‘en medio de esos dioses’. (Sl 82:1-6, 8.) En vista de que IEVE  aplicó esos términos a aquellos hombres, ciertamente Jesús no era culpable de ninguna blasfemia al decir: “Soy Hijo de Dios”. Mientras que las obras de aquellos “dioses” o jueces contradecían su afirmación de ser “hijos del Altísimo”, las obras de Jesús siempre dieron prueba de que estaba en unión con su Padre y tenía una relación de perfecta armonía con Él. (Jn 10:34-38.)

FRAN.

lunes, 12 de noviembre de 2012

Cosas preconocidas por Dios



ISAIAS 46:8-12,”Acuérdense de esto, para que cobren ánimo. Pónganlo en el corazón, transgresores. 9 Acuérdense de las primeras cosas de mucho tiempo atrás, que yo soy el Divino y no hay otro Dios, ni nadie semejante a mí; 10 Aquel que declara desde el principio el final, y desde hace mucho las cosas que no se han hecho; Aquel que dice: ‘Mi propio consejo subsistirá, y todo lo que es mi deleite haré’; 11 Aquel que llama desde el naciente a un ave de rapiña; desde un país distante, al hombre que ha de ejecutar mi consejo. Hasta [lo] he hablado; también lo haré venir. [Lo] he formado, también lo haré.”
 POR todo el registro bíblico, el ejercicio de la presciencia y predeterminación de Dios está enlazado consistentemente con sus propios propósitos y voluntad. Puesto que los propósitos de Dios se llevan a cabo con toda seguridad, él puede preconocer los resultados, la realización final de sus propósitos, y puede predeterminarlos, así como también los pasos que crea conveniente dar para efectuarlos. (Isa. 14:24-27) Por eso, se dice de IEVE que ‘forma’ su propósito con respecto a acontecimientos o acciones futuros. (2 Rey. 19:25; Isa. 46:11) Como el Gran Alfarero, Dios “opera todas las cosas conforme a la manera que su voluntad aconseja,” en armonía con su propósito (Efe. 1:11), y “hace que todas sus obras cooperen juntas” para el bien de los que lo aman. (Rom. 8:28) Por lo tanto, es específicamente en relación con sus propios propósitos predeterminados que Dios declara “desde el principio el final, y desde hace mucho las cosas que no se han hecho.”—Isa. 46:9-13.
Cuando Dios creó a la primera pareja humana eran perfectos pero no en sentido absoluto, y Dios pudo contemplar el resultado de toda su obra creativa y encontrarlo “muy bueno.” (Gén. 1:26, 31; Deu. 32:4) En vez de preocuparse desconfiadamente por lo que hiciera en el futuro la pareja humana, el registro dice que él “procedió a reposar.” (Gén. 2:2) Él pudo hacerlo porque, en virtud de su omnipotencia y sabiduría suprema, ninguna acción, circunstancia o contingencia futura podría presentar un obstáculo insuperable o un problema irremediable que obstruyera la realización de su propósito soberano. 2 Cró. 20:6; Isa. 14:27; Dan. 4:35.
PRESCIENCIA EN CUANTO A CLASES DE PERSONAS
Se presentan casos en los cuales Dios preconoció el derrotero que emprenderían ciertos grupos, naciones o la mayoría de la humanidad, de modo que predijo el derrotero básico de las acciones futuras de éstos y predeterminó la acción correspondiente que él tomaría en cuanto a ellos. Sin embargo, presciencia o predeterminación de esa índole no priva a los individuos dentro de esos grupos colectivos o divisiones de la humanidad del ejercicio del libre albedrío en cuanto al derrotero en particular que quieren seguir. Esto se puede ver en los siguientes ejemplos:
Antes del diluvio del día de Noé, IEVE anunció su propósito de efectuar este acto de destrucción, que resultaría en pérdida de vida humana, así como de vida animal. Sin embargo, el relato bíblico muestra que esa determinación divina se hizo después que se desarrollaron las condiciones que requirieron aquella acción. Además, Dios, que puede ‘conocer el corazón de los hijos de la humanidad,’ hizo un examen y descubrió que “toda inclinación de los pensamientos de su corazón [de la humanidad] era solamente mala todo el tiempo.” (2 Cró. 6:30; Gén. 6:5) Sin embargo unos individuos, Noé y su familia, obtuvieron el favor de Dios y escaparon de aquella destrucción. Gén. 6:7, 8; 7:1.
Así mismo sucedió con la nación de Israel; aunque Dios le dio la oportunidad de llegar a ser un “reino de sacerdotes y una nación santa” por medio de guardar su pacto, unos cuarenta años después, cuando la nación estaba a las fronteras de la Tierra Prometida, IEVE predijo que ésta quebrantaría su pacto y, como nación, él la abandonaría. Sin embargo, esta presciencia no fue sin base previa, pues ya había quedado revelado que había insubordinación y rebelión nacionales. Por consiguiente, Dios dijo: “Porque bien conozco su inclinación que van desarrollando hoy antes de introducirlos en la tierra acerca de la cual he jurado.” (Deu. 31:21; Sal. 81:10-13)  Dios podía preconocer los resultados a los cuales aquella inclinación manifiesta llevaría ahora en la forma de iniquidad aumentada sin que él fuera responsable de ello debido a su presciencia, tal como el que uno sepa de antemano que cierta estructura construida por alguien con materiales inferiores y con trabajo chapucero se deteriorará no lo hace a uno responsable de ese deterioro. Ciertos profetas entregaron advertencias proféticas de las expresiones de juicio predeterminadas de Dios, todas las cuales se basaban en condiciones y actitudes de corazón ya existentes. (Sal. 7:8, 9; Pro. 11:19; Jer. 11:20) Sin embargo, en estos casos también había oportunidad para que individuos respondieran al consejo, censura y advertencias de Dios y se hicieran dignos de su favor, y hubo quienes lo hicieron. Jer. 21:8, 9; Eze. 33:1-20.
El Hijo de Dios, que también podía leer corazones humanos (Mat. 9:4; Mar. 2:8; Juan 2:24, 25), fue dotado divinamente de poderes de presciencia y predijo condiciones, acontecimientos y expresiones de juicio divino futuros. Él predijo el juicio del Gehena para los escribas y los fariseos como clase (Mat. 23:15, 33), pero no dijo con ello que cada fariseo o escriba individual estaba predeterminado a la destrucción, como lo muestra el caso del apóstol Pablo. (Hech. 26:4, 5) Jesús predijo ayees para los populachos de Jerusalén y otras ciudades que no querían arrepentirse, pero no indicó que su Padre hubiera predeterminado que cada individuo de esas ciudades debería sufrir aquellos ayees. (Mat. 11:20-23; Luc. 19:41-44; 21:20, 21) También preconocía en qué resultaría la inclinación y actitud de corazón de la humanidad y predijo las condiciones que se habrían desarrollado entre la humanidad para el tiempo de la “conclusión del sistema de cosas,” así como los resultados que se producirían al irse realizando los propios propósitos de Dios.—Mat. 24:3, 7-14, 21, 22.    
PRESCIENCIA RESPECTO A INDIVIDUOS
Además de haber presciencia en cuanto a clases, ciertos individuos están envueltos específicamente en predicciones divinas. Entre éstos están Esaú y Jacob, el Faraón del Éxodo, Sansón, Salomón, Jeremías, Juan el Bautista, Judas Iscariote y el propio Hijo de Dios, Jesús.
En los casos de Sansón, Jeremías y Juan el Bautista, IEVE ejerció presciencia antes del nacimiento de éstos. Sin embargo, esta presciencia no especificó cuál sería el destino final de ellos. Más bien, con esa presciencia como base, IEVE predeterminó que Sansón viviría según el voto de los nazareos y que comenzaría a libertar a Israel de los filisteos, que Jeremías serviría de profeta y que Juan el Bautista efectuaría una obra preparatoria como precursor del Mesías. (Jue. 13:3-5; Jer. 1:5; Luc. 1:13-17) Aunque fueron sumamente favorecidos con esos privilegios, esto no garantizaba que obtendrían salvación eterna, ni siquiera que permanecerían fieles hasta la muerte (aunque los tres lo fueron). Así, IEVE predijo que uno de los muchos hijos de David se llamaría Salomón y predeterminó que Salomón sería utilizado para edificar el templo. (2 Sam. 7:12, 13; 1 Rey. 6:12; 1 Cró. 22:6-19) Sin embargo, aunque fue favorecido de esta manera y hasta tuvo el privilegio de escribir ciertos libros de las Santas Escrituras, Salomón cayó en la apostasía en sus años posteriores. 1 Rey. 11:4, 9-11.
Así mismo sucedió en el caso de Esaú y Jacob, la presciencia de Dios no fijó sus destinos eternos, sino, más bien, determinó o predeterminó cuál de los grupos nacionales que descenderían de estos dos hijos conseguiría la posición dominante sobre el otro. (Gén. 25:23-26) Este dominio previsto también señaló que Jacob ganaría el derecho del primogénito, un derecho que llevaba consigo el privilegio de ser de la línea de descendencia por medio de la cual vendría la “descendencia” abrahámica. (Gén. 27:29; 28:13, 14) De esta manera IEVE Dios aclaró que el que él seleccionara a ciertos individuos para determinados usos no está circunscrito por las costumbres o procedimientos usuales que se conforman a lo que los hombres esperan. Tampoco se distribuyen los privilegios divinamente asignados solo sobre la base de obras, de modo que alguien creyera que se habría ‘ganado el derecho’ a tales privilegios y que éstos ‘se le debieran.’ El apóstol Pablo enfatizó este punto al mostrar por qué Dios, por bondad inmerecida, pudo conceder a las naciones gentiles privilegios que en otro tiempo, aparentemente, le estaban reservados a Israel. Rom. 9:1-6, 10-13, 30-32.
La cita que Pablo hizo acerca de que ‘IEVE  le tenía amor a Jacob [Israel] y odio a Esaú [Edom]’ es de Malaquías 1:2, 3, algo que se escribió mucho después del tiempo de Jacob y Esaú. De modo que la Biblia no necesariamente dice que IEVE tenía esa opinión de los gemelos antes de su nacimiento. Es un hecho establecido científicamente que gran parte de la disposición general y temperamento del niño se determinan al tiempo de la concepción, debido a los factores genéticos que contribuye cada padre. El hecho de que Dios puede ver esos factores es evidente por sí mismo; David dice de IEVE que vio “hasta mi embrión.” (Sal. 139:14-16; vea también Eclesiastés 11:5.) No se puede decir a qué grado afectó tal discernimiento divino la predeterminación de IEVE respecto a los dos muchachos, pero, en todo caso, el escoger a Jacob en vez de Esaú en sí no condenó a la destrucción a Esaú ni a sus descendientes, los edomitas. El “cambio de parecer” que Esaú buscó encarecidamente con lágrimas, sin embargo, solo fue un esfuerzo infructuoso por cambiar la decisión de su padre Isaac de que la bendición especial del primogénito permaneciera enteramente en Jacob. De modo que esto no indicó arrepentimiento alguno delante de Dios de parte de Esaú en cuanto a su actitud materialista. Gén. 27:32-34; Heb. 12:16, 17.
Estos casos de presciencia antes del nacimiento del individuo, por lo tanto, no están en pugna con las cualidades reveladas y normas anunciadas de Dios. Tampoco hay indicación alguna de que Dios haya obligado a los individuos a obrar contra la propia voluntad de ellos. En los casos de Faraón, Judas Iscariote y el propio Hijo de Dios, no hay evidencia alguna de que la presciencia de IEVE se haya ejercido antes que la persona viniera a existir. Dentro de estos casos individuales se ilustran ciertos principios que tienen que ver con la presciencia y predeterminación de Dios.
Uno de estos principios es que Dios prueba a los individuos causando o permitiendo ciertas circunstancias o acontecimientos, o haciendo que estos individuos oigan sus mensajes inspirados, con el resultado de que ellos se ven en la necesidad de ejercer su libre albedrío para tomar una decisión y así revelar una actitud de corazón definida, leída por IEVE. (Pro. 15:11; 1 Ped. 1:6, 7; Heb. 4:12, 13) Según la manera en que respondan los individuos, Dios también puede moldearlos en el derrotero que han escogido de su propia voluntad. (1 Cró. 28:9; Sal. 33:13-15; 139:1-4, 23, 24) Se ve, pues, que el “corazón del hombre terrestre” primero se inclina hacia cierto camino antes que IEVE dirija los pasos de dicho individuo. (Pro. 16:9; Sal. 51:10) Bajo prueba, la condición de corazón de uno puede hacerse fija, ya sea endurecida en la injusticia y la rebelión como lo fue el corazón del Faraón al tiempo del Éxodo, o hecha firme en devoción inquebrantable a IEVE Dios y en hacer su voluntad. (Éxo. 4:21; 8:15, 32) Habiendo alcanzado este punto por su propio albedrío, el resultado final del derrotero del individuo ya se puede preconocer y predecir sin injusticia y sin violar de modo alguno el libre albedrío del hombre. Compare con Job 34:10-12.
El derrotero de traición de Judas Iscariote cumplió profecía divina y demostró la presciencia de IEVE, y también la de su Hijo. (Sal. 41:9; 55:12, 13; 109:8; Hech. 1:16-20) No obstante, no puede decirse que Dios haya predeterminado o predestinado a Judas mismo a ese derrotero. Las profecías pronosticaron que algún conocido íntimo de Jesús sería quien lo traicionaría, pero no especificaron cuál de los que compartían aquella relación íntima sería. De nuevo, los principios bíblicos no dan lugar a la posibilidad de que Dios haya predeterminado las acciones de Judas. La norma divina declarada por el apóstol es: “Nunca impongas las manos apresuradamente a ningún hombre; ni seas partícipe de los pecados ajenos; consérvate casto.” (1 Tim. 5:22) Algo que hace claro cuánto le interesaba a Jesús que la selección de sus doce apóstoles fuese hecha sabia y apropiadamente es el hecho de que pasó la noche en oración a su Padre antes de dar a conocer su decisión. (Luc. 6:12-16) Si Judas ya hubiera estado predeterminado divinamente para ser traidor, esto resultaría en que hubiera inconsistencia en la dirección y guía de Dios y, según la regla, lo haría participante de los pecados que el predeterminado cometiera.
Por lo tanto, parece patente que cuando Judas fue escogido como apóstol su corazón no presentaba evidencia definida de una actitud de traición. Él permitió que ‘brotara una raíz venenosa’ y que lo contaminara, con el resultado de que se desviara y de que no aceptara la dirección de Dios, sino la guía del Diablo, que lo llevó a un derrotero de robo y traición. (Heb. 12:14, 15; Juan 13:2; Hech. 1:24, 25; Sant. 1:14, 15) Para cuando esa desviación llegó a cierto punto, Jesús mismo pudo leer el corazón de Judas y predecir su acto traicionero. Juan 13:10, 11.
Es verdad que en el relato de Juan 6:64, cuando algunos discípulos tropezaron por ciertas enseñanzas de Jesús, leemos que “Jesús sabía desde el principio quiénes eran los que no creían y quién era el que lo traicionaría.” Aunque la palabra “principio” se usa en 2 Pedro 3:4 para referirse al comienzo de la creación, también puede referirse a otras ocasiones. (Luc. 1:2; Juan 15:27) Por ejemplo, cuando el apóstol Pedro dijo que el espíritu santo cayó sobre los gentiles “así como también cayó sobre nosotros al principio,” estaba refiriéndose al día del Pentecostés, 33 E.C., al “principio” del derramamiento del espíritu santo con cierto propósito. (Hech. 11:15; 2:1-4) Por lo tanto es interesante notar este comentario sobre Juan 6:64 en Critical, Doctrinal, and Homiletical Commentary, por Schaff-Lange: “[‘Principio’] significa, no metafísicamente desde el principio de todas las cosas. . . . , ni desde el principio de conocer Él [Jesús] a cada uno . . . , ni desde el principio de congregar Él a los discípulos en torno de sí, ni el principio de Su ministerio mesiánico . . . , sino desde los primeros gérmenes secretos de incredulidad [que hicieron tropezar a algunos discípulos]. Así también Él conoció al que lo traicionaría desde el principio.”—Compare con 1 Juan 3:8, 11, 12.
EL MESÍAS
IEVE Dios preconoció y predijo los sufrimientos del Mesías, la muerte que sufriría y su resurrección subsiguiente. (Hech. 2:22, 23, 30, 31; 3:18; 1 Ped. 1:10, 11) El que se realizaran las cosas determinadas por el hecho de que Dios ejerciera esa presciencia dependía en parte de que Dios ejerciera su propio poder y en parte de las acciones de los hombres. (Hech. 4:27, 28) Sin embargo, aquellos hombres voluntariamente dejaron que los engañara el adversario de Dios, Satanás el Diablo. (Juan 8:42-44; Hech. 7:51-54) Por consiguiente, así como los cristianos del día de Pablo no estaban “en ignorancia de sus designios [de Satanás],” Dios previó los deseos y métodos inicuos que proyectaría su adversario contra su Ungido. (2 Cor. 2:11) Obviamente, el poder de Dios también podía desbaratar o hasta obstruir cualesquier ataques o esfuerzos dirigidos contra el Mesías que no concordaran con la manera o tiempo profetizados.
La declaración del apóstol Pedro de que Cristo, como el Cordero de sacrificio de Dios, fue “preconocido antes de la fundación [inflexión del griego katabolé] del mundo [kosmou]” es interpretada por los defensores del predestinacionismo como que quiere decir que Dios ejerció esa presciencia antes de la creación de la humanidad. (1 Ped. 1:19, 20) La palabra griega katabolé, traducida “fundación,” significa literalmente “un echar o colocar en dirección hacia abajo,” y puede referirse a la ‘concepción’ de descendencia, como en Hebreos 11:11, que hace referencia a que Abrahán echó semen humano abajo para engendrar un hijo y a que Sara recibió este semen para ser fecundada. Aunque hubo la “fundación” de un mundo de la humanidad cuando Dios creó a la primera pareja humana, como se muestra en Hebreos 4:3, 4, esa pareja después perdió por desobediencia la posición que tenían como hijos de Dios. (Gén. 3:22-24; Rom. 5:12) No obstante, por la bondad inmerecida de Dios, se les permitió el echar (sembrar) semen abajo y concebir descendencia y producir hijos, uno de los cuales la Biblia muestra específicamente que consiguió el favor de Dios y se colocó en situación de recibir redención y salvación, a saber, Abel. (Gén. 4:1, 2; Heb. 11:4) Es digno de notarse que en Lucas 11:49-51 Jesús hace referencia a “la sangre de todos los profetas derramada desde la fundación del mundo,” y pone en paralelo esto con las palabras, “desde la sangre de Abel hasta la sangre de Zacarías.” Así Jesús relaciona a Abel con la “fundación del mundo,” con aquel período de tiempo general.
El Mesías o Cristo habría de ser la Descendencia prometida por medio de quien todas las personas justas de todas las familias de la Tierra se bendecirían. (Gál. 3:8, 14) La primera mención de una “descendencia” de esa índole vino después que la rebelión en Edén ya se había iniciado, pero antes del nacimiento de Abel. (Gén. 3:15) Esto fue más de cuatro mil años antes que se hiciera la revelación del “secreto sagrado” de la administración que vendría por medio del Mesías; por consiguiente, verdaderamente fue “guardado en silencio por tiempos de larga duración.”—Rom. 16:25-27; Efe. 1:8-10; 3:4-11.
A su debido tiempo IEVE Dios asignó a su propio Hijo primogénito para que cumpliera el papel profetizado de la “descendencia” y llegara a ser el Mesías. No hay nada que muestre que ese Hijo fue “predestinado” a semejante papel aun antes de su creación o antes que la rebelión estallara en Edén. La selección que con el tiempo Dios hizo de él como el encargado de cumplir las profecías tampoco se hizo sin base previa. El período de asociación íntima entre Dios y su Hijo antes que el Hijo fuera enviado a la Tierra sin duda resultó en que IEVE ‘conociera’ a su Hijo a tal grado que podía estar seguro de que su Hijo cumpliría fielmente las promesas y cuadros proféticos.—Compare con Romanos 15:5; Filipenses 2:5-8; Mateo 11:27; Juan 10:14, 15.
LOS ‘LLAMADOS Y ESCOGIDOS’
Quedan aquellos textos que tratan de los cristianos “llamados” o “escogidos.” (Jud. 1; Mat. 24:24) Se les describe como “escogidos según la presciencia de Dios” (1 Ped. 1:1, 2), ‘escogidos antes de la fundación del mundo,’ ‘predeterminados a la adopción como hijos de Dios’ (Efe. 1:3-5, 11), ‘elegidos desde el principio para salvación y llamados a este mismísimo destino.’ (2 Tes. 2:13, 14) El entendimiento de estos textos depende de si se refieren a la predeterminación de ciertas personas individuales, o si describen la predeterminación de una clase de personas, a saber, la congregación cristiana, el “un solo cuerpo” (1 Cor. 10:17) de los que serán coherederos con Cristo Jesús en su reino celestial. Efe. 1:22, 23; 2:19-22; Heb. 3:1, 5, 6.
Si estas palabras aplican a individuos específicos como predeterminados a salvación eterna, entonces se desprende que esos individuos jamás podrían resultar infieles ni fallar en su llamada, porque el que Dios los preconociera no podría resultar inexacto y el que él los predeterminara a cierto destino jamás podría ser frustrado o desbaratado. No obstante, los mismos apóstoles que fueron inspirados a escribir las palabras ya citadas mostraron que algunos que fueron ‘comprados’ y ‘santificados’ por la sangre del sacrificio de rescate de Cristo y que habían “gustado el don gratuito celestial” y “han llegado a ser participantes de espíritu santo. . . y los poderes del sistema de cosas venidero” apostatarían de modo que les sería imposible arrepentirse y se acarrearían destrucción.—2 Ped. 2:1, 2, 20-22; Heb. 6:4-6; 10:26-29.
Por otra parte, si se considera que aplican a una clase, a la congregación cristiana o “nación santa” de llamados en conjunto (1 Ped. 2:9), los textos previamente citados significarían que Dios preconoció y predeterminó que se produciría una clase de esta índole (pero no específicamente a los individuos que la formarían). También, estos textos significarían que él prescribió o predeterminó el ‘modelo’ al cual tendrían que conformarse todos los que al debido tiempo fueran llamados para ser miembros de ella, todo esto según su propósito. (Rom. 8:28-30; Efe. 1:3-12; 2 Tim. 1:9, 10) Él también predeterminó las obras que se esperaría que éstos llevaran a cabo y el que fueran probados debido a los sufrimientos que el mundo les causaría. Efe. 2:10; 1 Tes. 3:3, 4.
Por consiguiente, el ejercicio de la presciencia de Dios no nos libra de la responsabilidad de esforzarnos por cumplir con su voluntad justa.

El Rey de Babilonia y el Nuevo Orden Mundial‏





En apuntes anteriores hemos examinado lo que significa  “el día de descanso de Dios y su duración”. También hemos examinado “La semana del Hombre” ¿hasta cuándo?, y como colofón hemos examinado “EL JUBIELO QUE SE APROXIMA”
¿Pero serán todos estos acontecimientos para beneficio de todo el mundo sin la demostración de lealtad a ese jubileo por nuestra parte? ¿O por el contrario vamos a ser sometidos a prueba?
Tengamos en cuenta que estamos aún dentro de la “Semana del hombre” y la historia nos demuestra cual ha sido el derrotero de la humanidad y sus efectos.
Nos acercamos al punto álgido del registro del hombre y su inmediata implantación de su última intentona por perpetuar su sistema mundial, bajo el dominio de criaturas espirituales malvadas.
Veamos a continuación que nos dice la profecía bíblica sobre la realidad de los acontecimientos que se aproximan ANTES DEL ESTABLECIMIENTO “DEL JUBILEO QUE SE APROXIMA”  en los cuales tendremos que demostrar nuestra lealtad ¿A QUIEN?
¡VEAMOS!
Una aterradora tormenta se está formando es este momento; una tormenta sin precedentes. Sí, esta es una tempestad como ninguna otra que haya azotado previamente a la humanidad. Esta tempestad de la que nos hablan las Escrituras no es un fenómeno meteorológico como aquellos a los que estamos acostumbrados, tal y como lo es un tornado, o algún huracán. Tampoco se trata de un acto sobrenatural proveniente de Dios, tal y como lo fueron las diez plagas con las que IEVE Dios castigó a Egipto.

La tormenta que Dios va a permitir y que se aproxima sucederá debido a la culminación de la codicia, la perversidad y la increíble estupidez humana. Sí, esta tempestad será inspirada por fuerzas demenciales demoníacas fuera de control, la cual llevara a los seres humanos a un odio desmesurado y se expresará por medio de guerras internacionales; el colapso económico del sistema de cosas en que vivimos; hambrunas, y mortíferas plagas y pestes.
Como resultado de dicha tempestad, los sistemas sociales, democráticos, y económicos que hemos conocido llegarán a su fin, y eso dará lugar al nacimiento de un totalitario y opresivo Nuevo Orden Mundial. IEVE Dios, siendo Todopoderoso y Omnisapiente, supo con certeza desde un principio el triste y trágico final de la auto gobernación humana.
Este principio lo podemos encontrar en el libro de Oseas, quien escribió:
“Porque es viento lo que siguen sembrando, y un viento de tempestad es lo que segarán”. -Oseas 8:7
El capítulo 30 del libro de Jeremías 30:23,24 también menciona esta tormenta, y nos dice lo siguiente:
¡Miren! Una tempestad de viento de Jehová, furia misma, ha salido, una tormenta barredera en su avance. Sobre la cabeza de los inicuos remolineará. La ardiente cólera de Jehová no se volverá atrás hasta que él haya ejecutado y hasta que haya realizado las ideas de su corazón. En la parte final de los días ustedes darán su consideración a ello”.
El trágico y aterrador periodo de tiempo que nos espera es conocido en la Biblia de diferentes formas. A este tiempo se le llama “El tiempo del fin”, “La conclusión de este sistema de cosas”, y “La parte final de los días”. No hay duda que la furia y la cólera de IEVE que ha sido suprimida por tanto tiempo se hará evidente en ese entonces, al dejar que la trayectoria humana nos lleve a esos eventos lo cual resultará en un breve periodo de tiempo que sin duda alguna será la época más angustiosa, espantosa y trágica que ha vivido la humanidad hasta ahora o que volverá a vivir. A ese periodo de tiempo la Biblia lo llama la Gran Tribulación. Sí, este cataclismo socio-económico-político hará cimbrar los mismísimos cimientos de la civilización que hemos conocido hasta ahora, y pondrá en duda hasta la mismísima supervivencia del género humano sobre el planeta tierra; tal y como nos advirtió Jesús cuando dijo: “A menos que se acortasen esos días, ninguna carne se salvaría”, esto nos demuestra que Dios no se va a quedar de brazos cruzados sino que él va a actuar enérgicamente por medio de su hijo a favor de sus leales.
En los tiempos bíblicos en ocasiones Dios logró sus propósitos por medio de agencias o vehículos humanos que Él usó para juzgar y castigar a su pueblo. De acuerdo a los libros proféticos, el juicio en contra del Israel y del Judá de la antigüedad - así como en contra de los vecinos de ellos- se hizo evidente por medio de las acciones de los babilonios y del imperio Asirio. Sí, en el pasado IEVE Dios utilizó a esos imperios para efectuar juicios en contra de aquellos que Él consideraba como su pueblo. Por ejemplo, la tormenta original de IEVE, la cual es descrita por el profeta Jeremías, se hizo evidente por medio de la destrucción de Judá a manos de los babilonios. Posteriormente, para demostrar que los babilonios no eran más que un simple instrumento usado por Dios, IEVE terminó destruyendo a la misma nación que Él usó para castigar a su pueblo.
Por lo tanto, aunque el rey de Babilonia actuó como el ejecutor de los juicos de Dios el día que él destruyó Jerusalén, al final IEVE también puso al rey de Babilonia en la balanza de la justicia y lo halló deficiente, y esa es la razón por la cual Babilonia fue juzgada y subyugada por el rey Medo-Persa.
Para demostrar la veracidad y la autenticidad de la profecía bíblica, la caída súbita e inesperada de Babilonia fue pronosticada con 200 años de antelación por el profeta Isaías; aún antes que Babilonia se convirtiera en la tercera potencia en la historia del mundo.
En los capítulos 44 y 45 del libro de Isaías IEVE nos dice con lujo de detalles la forma como se secarían las aguas del imponente río Éufrates, y también nos dice que las puertas de la majestuosa ciudad serían abiertas ante la llegada de un gran rey llamado Ciro. La profecía que anunció la caída de Babilonia en la cúspide de su poder como la potencia político- militar ese tiempo fue muy significativa, pues en ese entonces la ciudad se consideraba como una muralla impregnable; era imposible que simples ejércitos armados con arcos y flechas la invadieran o conquistaran. Sin embargo, en la noche del 2 de Octubre del año 539 AC, los ejércitos de Ciro el Persa desviaron el cauce del río Éufrates y de esa manera lograron invadir a la ciudad, y debido a que en esa fecha Babilonia se encontraba de fiesta celebrando y haciendo honores a su dios Marduk, su supuesto protector, las puertas que protegían a la ciudad quedaron abiertas y sin protección. De esa manera la ciudad de Babilonia cayó en las manos de Ciro el Persa en una sola noche; tal y como IEVE había pronosticado por medio del profeta Isaías.
Para probar una vez más que la caída de Babilonia era debido a la fuerza de IEVE, Él hizo que la figura de algo que parecía ser una mano humana apareciera frente a la pared escribiendo las palabras, MENÉ, MENÉ, TEQUEL y PARSÍN, las cuales, como todos sabemos, significan “Dios ha numerado [los días de] tu reino y lo ha terminado. Has sido pesado en la balanza y has sido hallado deficiente, y tu reino ha sido dividido y dado a los medos y los persas”. Daniel 5:25-31
El cumplimiento de la caída anunciada de Babilonia no solo establece la autenticidad y la confiabilidad de la Palabra de JIEVE, sino que de manera más importante y significativa establece un patrón de cosas por venir. Es muy interesante el hecho que Ciro; el conquistador de Babilonia, es llamado “Mi ungido”, o “Mi mesías”, en idioma Hebreo. Como tal, Ciro es una prefiguración de Cristo Jesús en su papel de rey conquistador y triunfador, y como salvador y liberador del oprimido pueblo de Dios.
En ese sentido Babilonia es un simbolismo o una prefiguración del último rey de la profecía bíblica; el octavo rey que encontramos en el libro de Revelación, el cual es presentado como una bestia salvaje de color escarlata, la cual es montada por una ramera que se encuentra borracha con la sangre de los testigos de Jesús. El reino de la bestia salvaje está destinado a regir sobre la humanidad por una simbólica “Hora”, o tres años y medio; tiempo en el cual el octavo rey conquistará, derrotará y asesinará a los elegidos de Dios, solo para ser aniquilado por el rey aprobado por IEVE; Cristo Jesús, durante la guerra de Armagedón. En otra parte de las Escrituras, especialmente en Habacuc, Jeremías, Isaías, y Ezequiel, al rey de Babilonia se le describe como el despojador y el castigador de las naciones; se le describe como un rey asesino y genocida, y como el último rey en una sucesión de reyes, el cual termina siendo destruido por el Reino de Dios. La profecía de Habacuc, la cual es una visión para el tiempo señalado, nos muestra al octavo rey en una campaña genocida en contra del mundo, atrapando como un pescador a la humanidad indefensa en una red, y destruyendo a la mismísima ciudad de Dios. Al final, el rey Caldeo es destruido; no con lanzas y espadas, sino por las fuerzas ejecutoras celestiales, lo cual es descrito en el libro de Revelación-Apocalipsis, como la guerra de Armagedón.
Es interesante y muy importante recordar que Isaías 14: 12-20 nos dice lo siguiente acerca del octavo rey de la profecía bíblica:

“¡Oh, cómo has caído del cielo, tú, el resplandeciente, hijo del alba! ¡Cómo has sido cortado a tierra, tú que estabas incapacitando a las naciones! En cuanto a ti, has dicho en tu corazón: ‘A los cielos subiré. Por encima de las estrellas de Dios alzaré mi trono, y me sentaré sobre la montaña de reunión, en las partes más remotas del norte. Subiré por encima de los lugares altos de las nubes; me haré parecer al Altísimo’. Sin embargo, al Seol se te hará bajar, a las partes más remotas del hoyo. Los que te ven fijarán su mirada aun en ti; harán un examen minucioso hasta de ti, [y dirán:] ‘¿Es este el hombre que estuvo agitando la tierra, que estuvo haciendo mecerse los reinos, que hizo que la tierra productiva fuera como el desierto y que derribó sus mismísimas ciudades, que no abrió el camino hacia casa siquiera a sus prisioneros?’. Todos los otros reyes de las naciones, sí, todos ellos, han yacido en gloria, cada uno en su propia casa. Pero en cuanto a ti, tú has sido arrojado sin sepultura para ti, como un brote detestado, vestido de muertos atravesados por la espada que bajan a las piedras de un hoyo, como un cadáver pisoteado. No llegarás a unirte con ellos en un sepulcro, porque arruinaste tu propia tierra, mataste a tu propio pueblo. Hasta tiempo indefinido la prole de los malhechores no será nombrada”.

Lo significativo de este aspecto de la profecía es que dice que todos los reyes anteriores al octavo rey han yacido en gloria en su propia casa; todos excepto el rey de Babilonia. ¿Cómo debemos entender esto? ¿Es qué acaso no es verdad que la antigua Babilonia ocupa un lugar muy importante en la historia del mundo, junto a los demás reinos que han gobernado y desaparecido? Una visita al Museo de Londres puede verificar que eso es así.
Como heredera de las tradiciones imperialistas de antaño, la ciudad de Londres puede considerarse como el “Guardián” de los restos y de las cosas que tienen que ver con los imperios del pasado. Entre las cosas que encontramos en el museo podemos ver artefactos, tablillas, y cuadros que conmemoran las hazañas de los seis anteriores reinos, - Egipto; Asiria; Babilonia, Persia, Grecia, y Roma.
Debido a ello surge la pregunta, ¿Cómo es que el cadáver del rey de Babilonia ha sido abandonado en el suelo, sin una tumba digna, en el panteón de los reyes que han gobernado a la humanidad?
Lo repetimos nuevamente, el cumplimiento mayor y final de esta profecía tiene que ver con la aparición del octavo rey. Él no será sucedido ni reemplazado por ningún otro rey humano; tal y como lo fue la Babilonia de la antigüedad. A diferencia de la Babilonia de la antigüedad, el octavo rey tendrá un fin catastrófico e ignominioso en la guerra de Armagedón, y tal y como lo señala el libro de Revelación, los cadáveres de los ejércitos opositores a Jesús quedarán tendidos en el suelo sin sepultura alguna; tal y como si fueran basura y estiércol. Su desastroso e ignominioso fin se hará evidente, y será recordado por siempre y para siempre. En ese aspecto el moderno rey de Babilonia no recibirá una sepultura digna; tal y como sucedió con los imperios que le antecedieron, incluyendo la típica Babilonia de la antigüedad.
Cuando el profeta Daniel se encontraba en Babilonia, él fue comisionado para interpretar el extraño sueño del rey Nabucodonosor. Este sueño fue una revelación de la sucesión de las potencias mundiales que dominarían al mundo desde el tiempo del rey de Babilonia hasta el advenimiento del reino de Dios.

En el segundo capítulo del libro de Daniel, el rey de Babilonia recibe un sueño proveniente de Dios, y este sueño consiste de una enorme imagen metálica. De acuerdo a la interpretación de Daniel, la cabeza de oro representaba al rey Nabucodonosor de Babilonia. El pecho de plata, los brazos de cobre, los muslos de hierro, y los pies de hierro y barro representan a los diferentes imperios que han dominado al mundo a través de la historia. Con el tiempo esta imagen es destruida, y los pies de barro y hierro son quebrados y hechos polvo por una enorme roca que es cortada de una montaña, la cual Daniel dice que significa el reino de Dios.
Lógicamente, el pecho de plata representa al imperio Medo-Persa. El vientre de cobre representa al imperio Griego, y las piernas de acero representan a Roma. Pero, ¿Qué hay de los pies que están hechos de hierro y barro? ¿Qué representan? en este momento el rey Anglo-Americano aún controla al mundo. La realidad nos muestra que el mundo se encuentra dividido entre dos sistemas políticos completamente antagónicos, los cuales se hacen evidentes en la alianza Anglo-Americana de nuestros días. La aleación de hierro y barro simbolizan a la perfección esa diferencia. El hierro simboliza al férreo imperialismo heredado de Roma y practicado hasta la Edad Media por medio del sistema feudal. Después, el imperialismo representado por el hierro se extendió por toda la tierra por medio del colonialismo Europeo, y finalmente; de todas las colonias imperialistas, el imperio Británico con sede en Londres emergió a finales del Siglo XVII como la más poderosa y dominante.
Por otra parte, el barro representa la forma de gobierno demócrata y republicana; es decir, un gobierno de tipo popular que fue iniciado por los Estados Unidos de América. Tal y como lo dice la profecía, este imperio sería una mezcla de hierro y barro. El barro representa a la perfección al hombre común; pues tal y como lo dicen las Escrituras, el hombre fue formado del polvo de la tierra. Sí, por primera vez en la historia de la humanidad, y por medio de los Estados Unidos, llegó a existir un gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo. Por lo tanto, el poder ostentado por la élite mundial llegó a estar mezclado con el hombre común. No obstante, esta aleación tan anti natural de hierro y barro no puede mantenerse pegada ni junta, y eso puede evidenciarse en la alianza Anglo-Americana, la cual es una fusión de dos sistemas completamente antagónicos y excluyentes. Pero, ¿Qué significa la imagen metálica en su totalidad? Parece ser que la imagen en sí, y en su totalidad, es una representación del octavo rey de la profecía bíblica; el cual está destinado a tomar las riendas del mundo después del catastrófico colapso del dúo Anglo-Americano, simbolizado por los pies de la imagen, los cuales son una aleación de hierro y barro que sirven como su pedestal.
La imagen en su totalidad parece representar lo que bien podría llamarse el imperio Neo Babilonio de dominación mundial de nuestros días. El capitulo trece del libro de Revelación usa los mismos simbolismos utilizados por Daniel, y nos muestra a una bestia con siete cabezas y diez cuernos; la cual tiene el cuerpo de un leopardo; las garras de un oso, y el hocico de un león. Las siete cabezas de la bestia representan los siete reyes o imperios que han existido a lo largo de la historia, y se nos dice que Satanás el Diablo otorga su poder y autoridad a dicha bestia. En el capítulo 17 del libro de Revelación se nos dice que la misma bestia representa al último rey; un octavo rey que sale o procede de los siete reyes anteriores. Después un ángel explica un misterio a Juan, y le dice que cinco reyes ya han caído; uno “Es”, y otro aún está por llegar. El rey que “Es” es una referencia al imperio Romano, mientras que el rey que aún no existía y que estaba por llegar representa lo que comúnmente llamamos la alianza Anglo-Americana. El capítulo trece del libro de Revelación nos dice que una de las cabezas de la bestia sufre un golpe de muerte, pero después se recupera milagrosamente. Después de ser rescatada y resucitada por la ramera, se nos dice que la bestia salvaje obliga a los habitantes de la tierra a hacer una imagen y a adorarla so pena de muerte, - una imagen de ella misma obviamente- y a ser marcados con el infame número del 666; el cual, como todos sabemos, es una marca indeleble e irrevocable que significa muerte y destrucción.
Pero, ¿Qué significan todas estas cosas para el futuro?

Es muy significativo saber que el libro de Revelación menciona que la muerte y resurrección de la bestia salvaje da inicio al juicio de Dios, y también nos dice que cualquier persona, independientemente de quién sea pero que tenga la marca de la bestia salvaje será condenado por Dios a una muerte eterna. El número 666 representa el juicio final e irreversible de Dios en contra de la persona.
No obstante la verdad de las cosas es que el golpe de muerte que recibe la bestia de la profecía bíblica aún no ha acontecido, lo cual significa que las naciones líderes de este mundo están por experimentar una calamidad y una extinción no anticipada. Estamos siendo testigos del colapso de las naciones líderes de este mundo, las cuales están representadas por la alianza existente en el dúo Anglo-Americano. Sin embargo, de las cenizas de esas dos naciones, y como el Ave Fénix que resucita, se levantará de lo que fue de ellas el diabólico Nuevo Orden Mundial de Satanás; el cual será encarnado en la institución política conocida como la Organización de las Naciones Unidas. Cuando esto suceda llegarán a su fin todos los sistemas democráticos que hemos conocido hasta ahora; la libertad de culto, de prensa, y de expresión serán cosa del pasado. Los derechos humanos y nuestras garantías individuales habrán llegado a su fin. El octavo rey controlará todo, incluyendo los arsenales nucleares, así como el sistema financiero que será establecido después del colapso del dólar Norteamericano, de tal forma que nadie que no tenga la marca del fatídico número 666, o que se niegue a hincarse y rendirle honor y pleitesía a la bestia salvaje podrá comprar, vender, o conseguir las provisiones necesarias para continuar con vida. Cualquier nación o individuo que se niegue a acatar las decisiones de la bestia será ejecutado sin misericordia.
Hay muchas razones para sospechar que la última hora del octavo rey se ha acercado, y que el Nuevo Orden Mundial está a punto de convertirse en una realidad.

Sí, la tormenta en contra de la humanidad está a punto de comenzar.